Transmitir fielmente las sensaciones y pensamientos que me van surgiendo a la hora de ponerme unas zapatillas y salir a la calle han sido una constante en éstos últimos años. Aquí tenéis los motivos que me han surgido mientras corría por los alrededores de Zaragoza.
¿Por qué corro?
Corro porque al hacerlo toco el cielo aunque sea por un breve rato y con la punta de los dedos: el sobrecogimiento al oír una canción con pellizco, un poema adecuado leído en un momento vital complicado, un final de película emocionado. Corro en pos de algo que alivie la monotonía de mi vida.
Porque me siento como una piedra de río que a fuerza de chocar con el dolor que suponen los diarios entrenamientos se va puliendo y dulcificándose en las cristalinas aguas del oxígeno. Expongo mis heridas de corazón y pulmón en la orilla del rocoso mar donde desemboca mi río existencial.
Corro porque la sensación de morderme los nudillos es frecuente cuando corro, la realidad de mi cuerpo se me impone y el dolor curativo es cotidiano.
Corro porque me siento como un terreno habitualmente inundado en las crecidas de los ríos. Zona provisional de troncos secos y de surcos creados por la fuerza del barro. Mi correr provisional es leve entre los surcos de la hierba y mis pasos abren la nada entre un verdor agitado, postrero y perdido, sonoro y arrastrado, reminiscencias de lo venidero.
Porque siempre es un arriesgar en la aparente tranquilidad de la respiración, en el nervioso sosiego de una siesta, en la paz de un gesto sudoroso y esperanzado.
Porque reconozco en mis pasos la medicina que debo tomar para que todo adquiera altura y relieve. Soy más humano. Porque mis aristas se van curvando. Se aquietan las conciencias y voluntades. Se apacigua el espíritu y mi carácter. La sonrisa que acompaña mis correrías es la culpable de mis placeres. El aire de levante que hace de mi mente un siroco y de mi cuerpo un nido. Cuando olvidarte es odiarte porque el saber de tu existencia me tortura. Me enamoré de tu figura que rememoro y al terminar te suelto alejándote de mi pensar y querer.
Porque escribo mi vida con faltas de ortografía a fuerza de tropiezos y sufrimientos. Mañana ya me cobraré la extremaunción de tu mirada. Porque me siento bello cuando corro. La plenitud de la juventud que se resiste a abandonarme. Porque soy un yo sin condiciones. Porque aprieto la primavera contra mi pecho. Porque al correr hago arte con materias como la superación y el esfuerzo. Porque me conserva la virtud y me despoja del terror. Porque me sirve para conocerme, porque expreso, con arte, el paroxismo del esfuerzo doloroso. Mi autocontrol se enardece y se potencia y correr se convierte en un cristal que en aparente biombo hace más nítida tu figura y consigue verte más claro. Correr me hace ser un personaje ingrávido que flota sin esfuerzo.
Correr fue un día un dado, un azar. Todavía no sé si con premio. Dicen que gana el que más ha perdido y yo llevo una vida perdiendo con la sensación de llegar tarde a todos los lugares. Precariedad instalada y duradera que el correr mitiga. Porque correr me ayuda a tranquilizar mi conciencia y lo hace a diario.
Porque al correr estuve en lugares que otros ni soñaron. Volví ileso de terrenos de muerte y mis ojos podrán contarlo.
Corro porque me lleva a momentos en los que morder mis puños con planes de huida o de búsqueda. Porque quise que ese día fuera el último ya que el resto fue una simple supervivencia. Lágrimas que quisieran saber si son necesarias al igual que querría saber si un pájaro en vez de piar quisiera soplar su cansancio.
Una suma interminable de negaciones que como rosarios de una eterna novena debieran ser amortiguadas por el entusiasmo. Sudores catedralicios en la intimidad de los senderos suburbanos de mi ciudad. Amortiguación del cuerpo, de los instintos, o bien, amplificados por el magnífico altavoz al exponerse y recogerse cíclicamente.
Correr en una semiconsciencia continua, un duermevela ebrio en el que aparecen las verdades y las confidencias más íntimas, el momento en el que soy más yo que nunca. Quizá porque dejo de pensar y pongo mi mente en blanco, nirvana de preocupaciones, de asuntos pendientes, de problemas insolubles, de utopías imposibles y de monotonías abúlicas y desencantadas.
Corro porque descubro ciudades, paisajes, caminos y situaciones atmosféricas adversas. Necesito deambular libremente por sus entrañas para apropiármelas y revolcarme en una naturaleza que noto agreste e implacable. La ley del más fuerte que intento compensar con cierta benevolencia.
Cuando corro tengo la sensación de invulnerabilidad: nunca se pudo matar a un muerto. ¿Y ahora qué me vais a hacer? Muerte dulce y diaria a todo lo que permitimos que nos haga daño.
Corro porque me siento como una cabeza que, de tan dura, es capaz de hacer añicos todos los muros con los que se golpea. Porque es una cabeza entrenada para dar manotazos al desaliento y soplar con la fuerza del más temido cierzo todos los nubarrones de la desesperanza.
Corro porque me hace sentir que sigo en deuda conmigo mismo. Pocas veces satisfecho, ansío encontrar la emoción que dé más sentido a mi quehacer diario. Porque me alimento de emociones y raciocinios. Pero los primeros son más míos. Propiedad exclusiva y excluyente donde nadie está invitado al estar mi mente ocupada en duendes jadeantes y sudorosos que son mis pisadas, yonqui de emociones.
Corro porque siento la naturaleza en su versión más salvaje. Porque a pesar de estar entre edificios y con polución, me siento como en una selva, rodeado de peligros, y por ello con los sentidos despiertos y en alerta.
Porque en algún momento me he podido sentir como un explorador ante tierras incógnitas. Lugares donde la gente normal no quiere entrar por miedo, desconocimiento o pereza.
Corro porque me humilla en muchas ocasiones. Y en las menos, saboreo el honor de salir victorioso. Disfruto de la irrealidad compuesta de salud y de la prestancia de mis correrías. La realidad de mi vida es otra, la que está compuesta de lesiones y achaques, que me hacen valorar la salud, la plenitud.
La naturaleza, con todas sus montañas con glaciares, ríos y valles. La naturaleza con sus leones, tigres y gacelas. La naturaleza con sus granitos, arcillas y dunas de arena. La naturaleza con sus pinos, olivos y amapolas. Todo ello resumido en mi cuerpo. Tan real como ellos. Toda su coherencia y tenacidad resumida en mis intentos por serlo y cuando a ratos intuyo que soy parte de esta naturaleza me acuno en sus brazos y me pellizcan sus senos. Y todo se ilumina como un beso.
¿Por qué corro? (2) (pincha aquí)
¿Por qué corro? ( y 3) (pincha aquí)
Muy bonito lo que escribes Juan. Enhorabuena por el Blog.
Rafael, tú y yo tenemos una cuenta pendiente en el próximo maratón de San Sebastián. Lo conseguiremos !
Esta genial.
Me encanta como expresas lo que sientes.
Yo corro porque tu me enseñas el camino!!
Y de caminos se trata. Al final lo que cuenta es el camino, el discurrir diario hacia la meta. Gracias Pablo por querer recorrer el camino a mi lado.
Sublime
Muchas gracias y un abrazo muy fuerte.
Juan
Wow, buscaba inspiracion para escribir… Y la encontre!
Pronto mi propia percepcion en:
http://www.primeroskms.com
Muchas gracias y buena andadura…..
Un saludo
Juan Romero