Corro porque cada centímetro recorrido en ésta vida se multiplica por infinidad de experiencias vividas en amaneceres y atardeceres.
Corro porque ha sido la manera de conocer dónde está mi límite físico. Hice todo lo que estuvo en mi mano por traspasar fronteras, el dolor es mi compañero y me he hecho íntimo amigo suyo.
Vivo sensaciones extremas que reclaman constancia, dinamismo y cálculo. Hay que agotar todos los recursos para hacer realidad los sueños. Cuánto más físico es el esfuerzo más elevados y etéreos son estos sueños.
Corro porque es la actividad de las enésimas oportunidades. Siempre hay un nuevo día en el que purgar los excesos y los fracasos.
Corro porque se me demuestra que nunca el tiempo es perdido. Se acumulan los errores y los aparentes fracasos en forma de lesiones y derrotas. Pero siempre hay un nuevo recomienzo y en cada sinsabor una nueva oportunidad.
Corro porque la libertad me la genero, la mía, la de verdad. Siempre supeditados a circunstancias, a obligaciones, a vínculos, a personas… pero nunca al placer de correr un rato y estar felizmente solo.
Corro porque el tiempo se me escapa de las manos y deseo que ésas goteras sean lo más finas posibles. O me curo como corredor cada día o moriré como persona. Espacio y tiempo para recluirme y que nadie me encuentre. Ser inadaptado y solitario que necesita de la soledad y de la meditación para enfrentarse al destino.
Puede que sea visto como una forma de encontrar la delgadez más adecuada o por una reciente apuesta con un familiar o porque la salud me abandonó y no me encuentro con la auto-imagen que en su día proyecté como óptima allá por los suaves y vigorosos años juveniles. Pero no sólo es por eso.
Realmente corro porque descubro que las calles son distintas si mi mirada se me llena de sonidos, luces u olores. Atardeceres y albas son más bellos cuando mis pasos se empeñan en desentrañarlos. Corro porque en mis trotes voy desgranado mis más grandes circunloquios con razonamientos lógicos y desenfadados. Porque mis emociones se elevan al cuadrado. Sentimientos de película, rectos y bellos por nacer de la épica más romántica y de la lírica más homérica.
Porque mi temperatura, mi sudor divertido, mi búsqueda con el yo más íntimo se transforma en dolor irredento, de culpas y de culpables. Autoflagelación acompasada de latidos, de ebullición, de miradas perdidas en un infinito horizonte que nunca llega y siempre me acaba torturando.
Corro porque alcanzo la irrealidad de lo que no soy. Me transformo en alguien más amable, más comprensible aunque huya a cada paso. Porque acaricio el juguete que supone desgranar metros, en apariencia monótonos: vacíos de frutos y llenos de agrazón y desencanto.
Porque en mi vida impera el hedonismo y lo voy buscando por riberas y riscos, en ríos y montañas que nunca fueron obstáculo.
Porque quiero vivir en un mundo donde no exista el número: sin marcas y sin comparaciones. Donde la gracia que no busco me golpee y de bruces me duerma otro rato. Porque correr es un estado de ánimo. Una banda sonora por la que desfilan las piedras del camino, los árboles y los charcos. Me adormezco en mi temperamento, en mi instinto que es irracional y primario. La sensualidad de mis movimientos acompasados, el pisar crepitante en la gravilla, el latido que me despierta del vivir sin metas y sin mi querido entusiasmo.
Corro porque relaja, quizá por ser muy primario. Porque buceo en la ataraxia que supone el hacer lo que nunca me abandonó. Porque cansado del vivir necesario me expongo al cansancio que transforma y reclama mi merecido descanso.
Corro porque me convierto en un astro que a fuerza de moverse por caminos llenos de imaginarios bolardos encuentro la paz que anduve esperando.
Porque me convierto en un ser más liviano. Porque recorro mi vida sin ruido, sin cadenas sonoras que lastren mi alma. Porque bebo de la fuente de la eterna juventud en el que abrevo a diario aunque reflejan en sus aguas puñados de canas, de arrugas, de años y de cansancios.
Porque mi voluntad consigue dominar esas manos, esas piernas que se zarandean con criterio arbitrario. Porque forjo mi débil carácter y hablo con las virtudes que me sonríen a cada paso.
Sensación de plenitud, de excelencia, de límites traspasados. Violín, afinado y afilado, listo para desarrollar la melodía que sólo por mí pudiera ser tatareado. Notas conocidas, compases reiterados, fácil discurrir de dedos por tensas cuerdas rasgadas por un arco curvo y sinuoso en forma de asfalto.
Porque transfiguro el esfuerzo en gracia. El entrenamiento y sudor que transformo en un arte que nadie entiende cuando un domingo redondo se alía con el destino y me regala el premio de ir ganando.
Porque experimento sensaciones muy parecidas a estar colocado. Droga fuerte que me transporta a lugares y mundos añorados en tantos y tantos tratados.
Porque me atempera: cuando estoy contento y necesito confirmar mi alegría. Cuando estoy triste para llorar sin pudor y exudar mis demonios, mis fantasmas, mis fobias y mis necesarios fracasos.
Porque voluntariamente me expongo a diario con mis miserias, con mis debilidades, con mis miedos y con la podredumbre que comporta lo precario, la sensación de angustia por un dolor a ratos punzante pero voluntario.
Corro porque sí, coño, porque sí. Y a quien no le guste que no me mire porque nadie fue invitado a la fiesta de mis pasos.
¿Y tú por qué corres?
¿Por qué corro? (1) (pincha aquí)
¿Por qué corro? (2) (pincha aquí)