Pasan los años y hago memoria de las personas que han pasado por mi vida de entrenador. Las particularidades y vicisitudes de cada uno hacen que me enriquezca y que aprenda de ellos. Os adjunto la carta que una madre escribe a sus hijos a cuatro días de su debút maratoniano.
Queridos hijos,
Quedan cuatro días para enfrentarme a mi reto personal. Y a pesar de que siempre os digo que con las cosas que os gustan tenéis que aprender a ser pacientes, templados y valientes, estoy nerviosa, estoy impaciente…y tengo miedo.
Tengo miedo de que el dedo que se me está poniendo a la virulé desde hace un par de días no me deje terminar la carrera. Miedo de que mi rodilla izquierda vuelva a darme un susto. Miedo de crecerme después del kilómetro 30 y quedarme tirada a unos pocos de meta. Pero sobre todo miedo de no estar a la altura de las circunstancias, de hacer el ridículo y de defraudaros después de tanto tiempo dándoos la tabarra con mis carreritas. Tengo tanto miedo que he pensado que plasmar todos estos sentimientos tan confusos por escrito quizás pueda ayudarme a calmar el león que ruge en mi estómago desde hace unos días.
Os escribo esta carta con la esperanza de que dentro de unos años, cuando alcancéis a entender un poco mejor el significado de estas líneas, podáis entender un poquito más a mamá, que está viviendo la víspera de su debut en maratón como una especie de parto. Intento tener la cabeza en otra cosa para no pensar en todo esto y, como en todo lo que hace una madre, sólo pienso en vosotros.
Porque a pesar de la impaciencia y de los nervios, estos días están siendo muy bonitos para mi porque estoy reviviendo sensaciones que hace mucho que no experimentaba, sentimientos que no sentía desde… vuestros partos. Sí, ¡qué fuerte suena! Pero así es. Nada en esta vida es comparable a lo que se siente por un hijo, pero esto es muy parecido. Porque como en un parto, también llevo meses preparándome para pasar lo mejor que pueda unas horas interminables. Meses de preparar el cuerpo y la cabeza para lo que va a venir, para enfrentarme a sensaciones desconocidas en las que no sé cómo negociaré conmigo misma, para unas horas que van a ser muy bonitas, muy intensas, pero en las que también voy a sufrir mucho. Lo sé. Y no me asusta, porque en ese sufrimiento también está el gozo, el placer de lograr algo por lo que has peleado, de poner lo mejor que uno tiene para intentar que nada trunque ese momento de traspasar la meta, ese alumbramiento que nos cambia la vida y a partir del que las cosas ya no son las mismas.
Estos días intento visualizar imágenes positivas en las que concentrarme en los momentos de flojera. Y recuerdo la primera vez que vinisteis a animarme a la línea de meta de una carrera. Recuerdo tu cara, Nicolás, mirándome, como pensando que esa que llegaba resoplando y empapada en sudor no podía ser tu madre. Y recuerdo tu emoción Lucas, gritando como un descosido: “¡coooooorre mamá, gánales a todos!”. Un grito que me hizo volar, que a pesar de mi trote borriquero me hizo sentirme como una gacela… Y tu decepción de luego: “no sé para que te empeñas en ir a carreras si nunca ganas…”.
Ay, hijos, tiempo tendréis de ver que en la vida no siempre se gana. Es más, casi nunca se gana.
Hijos, cómo no me voy a acordar todo el rato de vosotros, si me quedan ya sólo cuatro días para este “parto deportivo”… Porque la maratón no sólo es como un parto, la maratón es como la vida. Ya lo iréis viendo conforme avance la vuestra. Veréis que la vida es una carrera de fondo, en la que hay que estar entrenado para resistir hasta el final. Veréis que a veces se hace larga, a ratos pesada e interminable, pero que tiene que ser así, porque si queréis ir más rápido de la cuenta, os estrellaréis. Como en la maratón, en la vida no siempre gana el que más brilla, sino el que mejor resiste. Como en la maratón, en la vida hay que aprender a ser generoso, a hacerse concesiones a uno mismo y a aceptar que, con perseverancia, las pequeñas derrotas pueden ayudar a conseguir un gran triunfo.
Y me digo todo esto a mi misma para animarme, para crecerme, para hacerme fuerte frente a mis fantasmas y entonces es cuando me pregunto por qué me habré metido yo en estos berenjenales, quien me mandaría a mi ponerme unas zapatillas y echarme a correr como Forrest Gump. Y cuando me hago todas estas preguntas, en todas mis respuestas, de una u otra manera, aparecen mis hijos, porque cuando voy a entrenar con unas pocas mujeres y muchos hombres, me crezco pensando en vosotros y jaleo a mis compañeras de carreras diciéndoles que nosotras partimos con ventaja, porque tenemos menos fuerza física y menos velocidad que los hombres, pero somos resistentes! Y me digo “si todos estos son capaces de conseguirlo…cómo no voy a ser capaz yo, que he podido parir a dos niños!”.
El domingo, en la llegada de la carrera, habrá un gran ambiente de fiesta. Seguramente, como es propio de vuestra edad, estaréis a lo vuestro, pegando botes en los hinchables que van a montar para animar el evento deportivo. Pasadlo bien, pero también os pido que además de acercaros a la línea de meta para ver llegar a vuestra madre (a ver el careto que traigo….), lo hagáis con un poquito de tiempo para ver al resto de corredores, para ver las caras que traen, para que os deis cuenta de lo mucho que cuesta alcanzar un reto. Animadles, hijos, no os riáis de su sufrimiento. Los niños sois crueles por naturaleza y en la llegada vais a ver muchas caras desencajadas, mucha gente que llega como puede con tal de llegar, muchas lágrimas de alegría, pero también de dolor. Animadles y no penséis que están locos. No estamos locos. Estamos disfrutando con algo que nos apasiona, peleando por un sueño que puede parecer absurdo. Y aplaudidles, porque el llegar será todo un éxito y aunque muchos no lleguen (o no lleguemos…), ya sólo el hecho de habernos planteado el presentarnos merece un aplauso, el reconocimiento al que se empeña en luchar por lo que le gusta.
Ojalá encontréis en la vida cosas que os apasionen, que os enganchen. El correr, el fútbol, el baloncesto, la pintura, el aeromodelismo…como si es la cría del cerdo vietnamita, ¡lo que sea! Pero que os mueva a poner lo mejor de vosotros mismos, aunque nadie os entienda, aunque os critiquen. Que sea vuestro motor.
Porque, desde que me picó el gusanillo del running , ahí tengo mi pasión por el correr, como os tengo a vosotros, convertidos en el motor que moverá mis piernas en la mítica distancia de 42 kilómetros con 195 metros.
Dicen que los 30 primeros kilómetros de la maratón se corren con las piernas, los 12 siguientes con la cabeza y los últimos 195 metros con el corazón…. Yo os puedo asegurar que desde la línea de salida hasta cruzar la meta (…si es que lo logro!) vosotros haréis la carrera por mí. Ya habéis hecho una buena parte en la preparación, acompañándome en bici o en carro para disfrutar juntos, o regalándome una parte de vuestro tiempo para poder ir a entrenar, siempre con la mala conciencia de perderme un rato de poder estar con vosotros. Gracias por todo ese tiempo hijos, por el que hemos compartido y por el que os he robado. Gracias por ayudarme a preparar este parto tan diferente de los dos anteriores que he vivido, porque al igual que en los vuestros, me dirijo hacia un momento de sufrimiento que me hará muy feliz y en el que correré ansiando el mismo final: ver vuestras caras al llegar.