Esta es la crónica de mi última, hasta el momento, aventura de 100 kilómetros. Algo me dice que dentro de poco me enfrentaré por cuarta vez a la locura de lo excesivo. Os enfrentáis a un texto igual de largo que lo que suponen ocho horas corriendo y por eso lo he dividido en tres trozos. Aquí va la primera entrega
CIEN KILÓMETROS
LO INMENSO
Miércoles, 5 de marzo de 2.008
Es un día ventoso, virulentas voladas hacen de Zaragoza un lugar desapaciblemente cortante. La Cincomarzada resulta propicia para hacer una tirada larga.
Empiezo los sesenta kilómetros previstos en el papel (que todo lo aguanta) a las ocho de la mañana. El día anterior mi masajista David había dedicado dos horas para recuperar mi soleo magullado, ese que me había tenido dos días sin salir a entrenar. Estábamos probando las pegatinas del kinesio-taping y parecían funcionar.
Me encontraba muy preocupado y dudaba seriamente que pudiera terminar este trote. Además la desolación del frío reflejada en el termómetro de la Plaza España marcando tan solo un grado sobre el cero convertía al cierzo en helador aliento. Hoy me acompañaba un amigo, otro David, para hacer la salida más amena y para preparar de paso su maratón de Boston que correría al mes siguiente.
Llevábamos casi dos horas de ritmo constante y comentábamos la celeridad con que habían transcurrido cuando avistamos a una mujer de gorro oscuro. Ya más cerca reconocemos a Teresa mujer de un corredor gran amigo nuestro. Al reconocernos se nos une en el trote. Nada más saludarnos y sin perder ripio me adelanto para coger el bote escondido previamente en un seto de nuestro Parque Grande y que contiene la pócima secreta preparada la noche anterior, una mixtura de aminoácidos y carbohidratos de fácil asimilación. Mientras tanto David está contando a Teresa que hoy todavía me quedan tres horas de trote y que llevo en mente mi participación en el Campeonato de España de Cien kilómetros el próximo 30 de Marzo en Madrid.
Cuando regreso al grupo la única palabra que sale de la boca de Teresa es mágica. Ella, con la fresca candidez de su ignorancia y con un sentido común aplastante simplemente me dice inmenso. Así es como ella percibe la distancia difícilmente mensurable y que escapa a los parámetros habituales de la carrera a pie. Lo repite varias veces y su mensaje me traspasa. Inmensa será la alegría como inmenso será el esfuerzo. Un pulso titánico entre la cabeza y las piernas. Un juego mental de engaño permanente entre el ser y el estar, entre el estar jodido y el ser tenaz.
Un día pensé que era posible. La conquista de lo inútil como medio para acercarme conscientemente al límite de mis propias posibilidades y de la existencia. Al principio fue la conquista, luego la dificultad y ahora sólo me quedaba la renuncia. Aquel que se atreve a realizar una utopía se arriesga a fracasar pero en última instancia siempre gana. Porque las montañas que hay que mover están en nuestra conciencia y cualquier persona sana podría hacer lo que yo hago, tan sólo tendrían que quererlo con la misma vehemencia.
Ya tenía la palabra que utilizaría en los momentos de debilidad por las calles del barrio de Vallecas. También la expresión de la cara de Teresa con la que la acompañaba: incredulidad, admiración y alegría.
David se ha marchado hace rato. Ya completó sus treinta kilómetros en grata compañía y es ahora, en la soledad, cuando me ejercito en el engaño. Ensayo un mantra, unos ruidos guturales que me servirán de compañía. Es un sonido parecido a agua pero sin consonantes. Dicho en tres sílabas y con una significación distinta cada una de ellas. La primera es un “ahhhh” de auxilio, una muestra de debilidad física y de busca de consuelo, un echar los demonios fuera, un gemido de dolor. Es momentáneo porque en seguida surge un “uffff” tan profundo y esforzado que consigue que mi mente piense en positivo, en dar solución eficaz al problema de continuar. Finalmente acaba con un corto y seco “ajjjj” como para darme cuenta que la realidad es la que es y que no todo está logrado. Habrá que seguir escuchando las señales que mi cuerpo emite y continuamente sintonizar y encontrar la frecuencia adecuada sin interferencias ni altibajos aun sabiendo que con el paso de los kilómetros las sintonías aparecen y desaparecen como en emisoras de radio. Será el momento de buscar la marcha adecuada, ni corta ni larga, para que el consumo no sea excesivo y todo vaya suave. Sé que la quinta no va a ser necesaria, pero tampoco abusar de la primera marcha parece la mejor solución. ¿Segunda o Tercera? Decidiré en la competición y en caliente, no hay otra opción.
De momento hoy el trabajo está siendo mental. Que la decisión de proseguir sea continua, segundo a segundo y metro a metro, que los mensajes claros y tentadores de mi mente por detenerme sean rechazados. ¿Quién te ve? ¿Qué necesidad tienes de demostrar absolutamente nada? Todavía es más acuciante la voluntad de detenerme cuando paso por la Plaza San Francisco de vuelta a mi casa en los últimos quince minutos. Como me conozco no llevo dinero encima no sea que tenga todavía más fácil la tentación de parar y subirme al autobús incluso sin importarme extender mi inevitable mal olor corporal. Pero, ¿qué sentido tendría ahora claudicar cuando faltan tres kilómetros? Me siento como un naufrago agonizante que se estira intentando alcanzar el acantilado cortante pero salvador de la costa. Las heridas curarán pronto y podré echarme otra vez a la mar en busca de experiencias salpicadas de dolor. Ha terminado el trote de cinco horas y he vencido hoy. Estoy consumido (la báscula marcará cuatro kilos menos) y sólo tengo ganas de estirar, comer algo e irme a leer a una cafetería y perderme en mis pensamientos que irremediablemente son recurrentes. Da la sensación de que mi mundo acaba el 30 de marzo y todas las energías se concentran en un solo objetivo.
Domingo, 9 de marzo
Hoy es día de elecciones pero no por eso he dormido mal. Me he levantado tres veces y no consigo quitarme la idea fija de correr largo (sesenta kilómetros de nuevo) antes de ir a votar. Sólo han transcurrido cuatro días desde la anterior. Soy consciente de que es muy reciente y me preocupa que mi maltratado cuerpo no las asimile.
Me incorporo de la tibia cama y hago unos estiramientos perezosos y somnolientos. Salgo a la calle y confirmo la feliz previsión vespertina, ausencia de aire y temperatura fresca. A las ocho de la mañana empiezo a zapatear. Son 4 los grados en
Plaza España y llegaremos a quince allá por el mediodía. Esta vez no me acompaña nadie hasta el kilómetro 21. He ido ligero con demasiado ímpetu. Se van uniendo los amigos a partir de las 9.30 (citados días atrás con el messenger). Me acompañan cada uno en la vuelta de 17 kilómetros. En la última me giro y veo a cinco personas y dos bicicletas, antes sólo las oía. Las personas se van turnando y hacen más amena mi distancia. A cada kilómetro me voy animando. Llevo ya cuarenta y cinco e intuyo que llegaré a los sesenta de hoy con un adelanto de casi media hora con respecto al registro de hace cuatro días. Estoy eufórico y hablo por los codos, digo tonterías y un último acompañante me va animando, los demás quedaron retrasados. Pienso en voz alta y le participo mis desvaríos. Quiero compartir mi alegría.
Al día siguiente este acompañante, ya no me acordaba para entonces, me recordará mis estúpidas frases para ridiculizarme delante de mis amigos y que fueron dichas en una situación extrema. Me indigno y pienso que no lo merezco. Lo dicho por mí en el Kilómetro 55, debería quedar ahí y no ser motivo de mofa. No es justo tener muy en cuenta lo que se dice o se piensa en una situación tan límite cuando el cuerpo está tan degradado y las neuronas pelean a brazo partido con las endorfinas. Precisamente tú, corredor como yo, sabes lo que supone llegar al límite y voluntariamente indagar en el dolor. Respeta por favor mis Cien y recuerda que tú, ése que se ríe de mis ocurrencias, existes en este relato por mí, agradece tu vida a mis fantasmas y a la pasión que pongo en cada metro, existo porque existe este relato y bien podría suicidarnos con romper esta página. Cuando leas estas líneas piensa que gracias a locos como yo pueda haber personas que lo intenten y que a otras les parezcan inmensas y más cercanas.
16 de marzo
Son las cinco de la madrugada y Fernando Alonso está en Melbourne iniciando la temporada de Fórmula 1. Veo en directo la salida del gran premio. Me enfrento a mi último entrenamiento largo. En este último mes han sido tres las tiradas de 40 kilómetros y dos de 60. Espero sean suficientes. Siempre tendré dudas. Cada año me cuesta menos enlazar las semanas duras y ya no sé si eso es bueno o malo porque la saturación me cuesta más percibirla. Quizá sea por la edad, ya que a mis 36 años, y con 18 maratones oficiales a mis espaldas más otras tantas ilegales todo es más relativo. ¿Contabilizo también los cinco maratones de este mes?
Paso corriendo por la Plaza España y el termómetro que no falta a la cita y siempre nos contempla a mi ciudad y a mí, marca 7 grados. Es de noche y todavía hay mucha gente en el Paseo Independencia que vuelve mientras que yo voy. Sólo pienso en lo que me queda, un maratón suave con el amanecer como testigo.
Escondo de nuevo las botellas en el seto del Parque Grande. Me parece muy llevadero este trote de hoy. Se nota que el entreno está dando sus frutos. Orgánicamente entero, muscularmente no tanto pero en cuanto pasen estas dos semanas de bajada notaré la compensación necesaria. Se acerca la Semana Santa y van a ser días de vacaciones laborales y deportivas. Lo más difícil de la preparación es saber parar a tiempo. El trabajo hoy está siendo de visualización, de memorizar paisajes, anécdotas, situaciones y sensaciones.
Son apenas las nueve de la mañana y ya completé los 40 kilómetros (3h 02´). Tengo todo el Domingo de Ramos por delante: ramas de olivos, capirotes y el sonido rítmico de los tambores.
Sábado, 22 de marzo
Estoy en Valencia y el Sábado es Santo. He venido unos días a disfrutar de mis padres y hermanos. Los trotes de estos días son reconfortantes. Lugares conocidos de la infancia repletos de recuerdos. El día ha amanecido soleado y radiante. Antes del mediodía ya he corrido los primeros 14 kilómetros. A la hora de comer aparecen nubarrones de tormenta. La lluvia nos visita a las cinco. Para entonces mi hermano Pablo y yo nos disponemos a trotar por espacio de una hora. Pablo me mira como preguntando si salir o no pero me sigue cuando se da cuenta de lo absurda que puede ser esa pregunta cuando la determinación está tan presente en mi mirada.
La lluvia tormentosa nos viene del suelo porque cae con tanta fuerza que rebota. La primera sensación es molesta pero dura poco. Desafiando al tiempo nos deslizamos en las entrañas del cauce del río Turia y tramo a tramo nos cruzamos con gente que se protege de la lluvia debajo de los puentes. La generosa agua nos está masacrando y provoca un maravilloso olor a tierra mojada. Pisamos charcos y disfrutamos como niños. El día está muy oscuro y las células fotoeléctricas han dado vida a las farolas aun siendo sólo las seis de la tarde.
Casi al finalizar el trote sucede lo que otras veces, que la naturaleza se alía con los intrépidos y les regala algo como fruto a tanta osadía. Se abre un claro y un rayo de sol anaranjado nos descubre un maravilloso arco iris. Estos fenómenos atmosféricos sin duda son los acontecimientos que me persiguen desde que soy corredor y que hacen que siga corriendo precisamente en circunstancias muy adversas. Al llegar a casa chorreando percibo que mi hermano Pablo esboza una sonrisa de satisfacción. Directamente a la ducha y luego a estirar. Sólo queda una semana de lenta espera. La semana de los dolores y las dudas.
Sábado, 29 de marzo
Llegó la víspera. Viajo en AVE en dirección a Madrid a casa de mi hermano Enrique. Sé que me tiene preparada una gran bienvenida. Sé que me tendrá preparada una inefable paella para después de la batalla. Sé que quiere mi triunfo y sé que mi triunfo es suyo. También sé que aprovecha cualquier oportunidad, bueno es él, para quitarme méritos y lo acepto. Es un pacto tácito de no mostrar mucha ilusión (aunque la tiene) ésa que a mí me sobra y es tan necesaria para sumergirse en esta aventura. Entramos de lleno en un mundo necesitado de certezas porque si no nunca saldrías de Zaragoza.
Me llevo un libro para el trayecto pero no consigo concentrarme más de dos minutos en su lectura. Estoy mirando casi todo el rato por la ventana donde el paisaje es ocre y el horizonte no llega a abarcar ni cien kilómetros. Miro el reloj, son las doce del mediodía, mañana a estas horas empezará el calvario: las tres últimas horas, las cuatro últimas vueltas, los cuarenta últimos kilómetros. Me agobio y vuelvo la mirada a mi libro y sus versos, aunque sólo por un rato.
En Atocha cojo el metro, la línea siete me dirige lentamente a mi destino. No tengo prisa. Tengo que subir y bajar escaleras y lo hago a cámara lenta. Plan ecológico de energía, consumo justo y necesario. Quiero pasar la tarde del sábado lo más relajadamente que pueda. Es mi tercera participación en esta distancia y no estoy demasiado tenso, pero las ganas de demostrar lo que valgo me consumen. Hay que hacerlo, ejecutarlo, los números no engañan y el mundo del atletismo vive de números y estadísticas. Por desgracia, tanto tienes tanto vales. El nivel de exigencia va a ser alto y no hay segundas oportunidades. Intento disfrutar de esta espera con mi gente, hablamos poco de los cien y reímos confiados. Son las tres de la tarde y bajo la crueldad de un sol taxidermista la terraza pone a los árboles un brillo de cerveza. ¿Nada más hay que hacer en este mundo que procurarnos sensaciones y sentimientos agradables? ¿Reprimir nuestras pasiones y someter nuestros deseos para ser felices? ¿Sólo somos felices a través del placer?”
Me sorprendo pensando en la felicidad y el dolor y su posible compatibilidad. Esta tarde no me cambiaría por nadie, a pesar del dolor cierto, evidente y punzante de mañana. Me siento muy feliz, supongo que como el torero ante la gloriosa posibilidad de su alternativa en Las Ventas. Como él pienso “o triunfo o enfermería”.
Recuerdo como si fuera hoy tu 100. Yo estaba en Vitoria y me levanté pensando que tiempo tendrías en Madrid?, qué tal te iría en la carrera?. Ávido de noticias pasé el día. Sin quererlo me lanzaste un guante que recogí . Mañana yo correré mi 100 y coincide con la publicación de tu experiencia. Siento como si se cerrara un círculo. O quizá se esté abriendo uno nuevo?
Luis, como intuirás he adelantado la fecha prevista de este post pensando en tu Cien. También estaré pendiente de ti a partir de las 7.30 de la mañana del domingo. Yes you can !
Igual un día yo me anime. Jaja. Amunt
100km 10: 25 h. El circuito durisimo, ya lo conoces. En el 60 pensaba q no llegaba po r tiempo, dan 11 h. Paciencia y ambicion. En el 60 llevaba 5:40 De alli ca- co cada 5 min tirando de cabeza para terminar.
Bravo Luis. He estado todo el día con la mente divagando por Vallecas. Mi pronóstico fue de 10 horas 40 minutos. Siempre me sorprendes y a mejor. Enhorabuena. Bienvenido al maravilloso mundo de los Cien. Envidio tu cabeza. Enhorabuena.
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