Lo inmenso ( 2ª parte)

Aquí va la segunda entrega de Los Cien. Llegamos al día de la carrera. Los nervios ante lo desconocido. El revolotear de mariposas en el estómago. La tensa espera ante el dolor.

Domingo, 30 de marzo

 Llega el día. Me levanto a las cinco, la noche me contempla y se instala dentro de mí pesándome como un ancla. Sé que la jornada va a ser dura y que la balanza del éxito o fracaso se decidirá por pequeños detalles. Las emociones serán muy intensas pase lo que pase y la brutalidad del dolor me está abrumando.

Imagino la agonía del que sabe lo que le espera, un Vía Crucis voluntario y para muchos estúpido e innecesario. Me agobian las próximas ocho horas de mi existencia. Hay que pasarlas, trago amargo, y se confabulan las excusas para abandonar y no intentarlo. No puedo renunciar. Pienso en ti y va por ti. Todo lo que hacemos tiene una finalidad y la de esto eres tú. Los retos se consuman porque primeramente alguien se los ha imaginado. ¿Quién me mandó imaginarlo hace ya cuatro años por primera vez? Fue por un motivo ya olvidado, superado. Hoy el motivo es otro porque siempre hay uno. ¿Búsqueda interior o éxito exterior? Siempre me interesó más lo primero por ser más duradero y en él rebusco con frecuencia para solucionar mis contradicciones.

Hemos llegado a Vallecas y estamos rodeados de corredores, son pocos y muy delgados, fibrosos. Me veo estúpidamente orondo. En esta última época he procurado tener reservas y preocuparme en coger peso. Llego al día de hoy con 65 kilos. No debería de bajar al final de la carrera de 60. Para eso tendré que comer y beber mucho. El día es fresco y no hay mucha humedad. Tengo previsto beber unos seis litros de líquido y 500 gramos de alimento sólido.

Me estoy atando los cordones, la última lazada es la más importante, a conciencia, como un condenado que se fuma el último cigarro antes de su ejecución. No quiero continuar, me da miedo. Llevo gorra y gafas, vaselina y esparadrapo. ¿Habré acertado con las zapatillas? No me gustan especialmente pero me convienen. Son feas pero eficaces. Las puse ayer por la noche como cuando era pequeño y participaba en mis primeros crosses debajo de la silla con los cordones dentro y bien alineadas. Encima la camiseta con el dorsal ya enhebrado. Rutinas del principiante que por nervios se agarra a la liturgia que siempre atempera. Echo un vistazo a la temporada que hoy culmina. Fracaso tras fracaso: Diciembre-San Silvestre Vallecana (34.13), Enero-Media maratón Getafe (1.13.45) y Febrero-Maratón de Valencia (2.45.15). Aunque todo parece indicar lo contrario, ¿por qué hoy será diferente? ¡Pienso tanto y tan amontonado!

Últimos besos, como de despedida. Me sumerjo en mi mundo hasta dentro de ocho horas. Me despido.

Del 0 al 10

 

Se da la salida a las siete en punto. Los primeros pasos los hago con los ojos cerrados y es imposible tropezar a pesar de la oscuridad circundante porque ninguno de los 150 intrépidos tiene prisa y por eso mismo no hay empujones. ¿Cuántos llegaremos? Sólo los elegidos y espero ser uno de ellos. El reloj es mi amigo, la enemiga es la distancia. En cada vuelta tengo preparados unos deberes como cuando iba a la escuela. Tengo que ocupar mi cabeza en cosas fáciles y entretenidas. En los primeros cincuenta kilómetros disociar y evadirme para luego, en la segunda parte, alcanzar la máxima concentración y asociarme al esfuerzo y así optimizar el resultado. Es ésta la primera vuelta, la de reconocimiento y  búsqueda de referencias. Las calles serán mis amigas, a cada vuelta con color, olor y humor nuevos, y por lo tanto distintos.

En el kilómetro 2 pasamos por una rejilla en mitad del asfalto que proviene del metro y del que sale un aire cargado y caliente. Me encanta este olor a metro madrileño. En esta mañana fría se agradece la tibieza.

Mi máxima ocupación va a ser hidratarme y comer en abundancia. No sé en qué tiempo pasaré el primer diez mil y no me preocupa en exceso. Sólo quiero coger un ritmo y estar a gusto. No pensar mucho en lo que falta. Ahora, cuando físicamente estoy muy entero la cabeza flojea y es consciente de una tarea inmensa que asusta. Tan solo es cuestión de unas horas de paciente espera. Tendré continuamente una labor inhumana y titánica consistente en rechazar un sencillo y taladrante pensamiento llamado fracaso, abandono y claudicación. Vendrá a mi cabeza a cada vuelta con más insistencia. Será un deseo razonable que habrá que esquivar, mirar a otro lado y disimular.

Desde hace una semana estoy aplicando una técnica que llamo “de la tercera persona”.  Consiste en imaginarme a mí mismo en un balcón de una calle cualquiera de Vallecas y observar la carrera viéndome pasar corriendo. En definitiva sería una manera de salir de mí mismo y mirarme de otra manera desdoblándome. Así me alejo de la situación y la analizo mejor.

Mi mente viaja al zaragozano barrio de las Fuentes, a los martes a las dos de la tarde, hora feliz de la semana con mi masajista David que ajusta las piezas y trabaja, como si fuera el taller de un mecánico, en las diversas reparaciones de la semana. Esta última semana no había nada dañado y es cuando precisamente se convierte en algo interesante por ser preventivo. Si no fuera por ellos.

Del 11 al 20

 

Miedo, miedo físico es lo que siento cuando empiezo la segunda vuelta. El miedo siempre sabe dónde apuntar y nunca falla, esta vez ha dado en la diana. He pasado en 49 minutos y no quiero pensar en lo que representa. Pocas cuentas hay que hacer de momento. Hay tiempo y espacio suficiente para recuperar o perderlo todo. Está previsto hacer como en los entrenamientos, empezar muy suave e ir entrando en calor conforme transcurran los kilómetros. Hay varias unidades para realizar los cálculos: horas, vueltas y kilómetros, es decir 8, 10 y 100. De momento no quiero pensar y me ocupo en comer y en beber, en desarrollar el plan establecido y llenar mi cabeza de juegos que me distraigan y me hagan más llevaderos los kilómetros. A mitad de esta vuelta, justo antes del avituallamiento, debo de parar, ya lo ensayé en Montecanal varias veces, sólo serán 15 segundos de liberación y desahogo. Es tiempo invertido y nunca perdido. Salgo con calma de la cabina porque mi cabeza ya tiene una preocupación menos y la sangre acude con   prisa a mis piernas. Prueba superada.

Empiezo a notar la soledad y el silencio. Aprendí a valorarlas. Ya no me asustan y las tuteo. La barrita que engullí hace unos kilómetros la tengo almacenada entre los dientes y la mejilla. Me voy abasteciendo poco a poco.

Me acuerdo de los entrenadores que tuve cuando preparé mis anteriores Cienes, el primero Santiago, con él hice lo más difícil, debutar y hacerlo con record de Aragón. El segundo Cien fue con Ángel, todavía recuerdo aquel memorable trote de 70 kms en Ibiza a una media de 4.10 el kilómetro en pleno agosto, la pena fueron los problemas estomacales que tuve en competición y que echaron al traste la maravillosa preparación. Después de esto estuve un año parado por fascitis plantar. Fue muy duro parar en seco durante nueve meses después del atracón de tantos kilómetros.

En una curva y con riesgo evidente de esguince descubro una protuberancia en mitad del asfalto. Me da la impresión de figurarse a una gran lengua, parece burlarse de mí e insolente a cada vuelta me estará esperando en el mismo sitio. Como una tortura querrá desanimarme y sin embargo seré yo quien le enseñe mi burlona y reseca lengua

en la última cuando por fin le haya vencido y sea ella la que se quede atrás incapaz de seguirme hacia la meta.

Llevo gafas porque no quiero que vean ningún rincón de mis ojos, no quiero alarmar a nadie. Mirada fija y perdida, reconcentrada en sí misma, autista e insolidaria. Llevo rato buscando la sensación de correr sin esfuerzo, como levitando. La sentí en  los entrenamientos y la quiero encontrar pronto. No te soltaré y tú a cambio prométeme que no me abandonarás a mi suerte.

Mi hermano Enrique me lanza una foto. Pararía. Ahora sin embargo no es momento; sólo quiero seguir avanzando y le sonrío. Mientras tenga ganas de sonreír todo va bien. Cuando vienen los problemas se te agria el carácter. Todavía no. Observo al público, algunos animan, pero la mayoría sigue haciendo sus cosas del domingo. Tanto unos como otros no pueden correr por mí. A pesar de tener a mis hermanos tan cerca la sensación de incomunicación es patente. Hasta que no haya traspasado la línea de meta yo estaré en mi mundo, y cualquier intento de entrar en mi soledad por parte de ellos creará un riesgo y podrá comprometer mi concentración.

Un señor mayor apostado en la acera me pregunta sobre las vendas que llevo en las piernas. Le contaría que se llama kinesio-taping y que es un vendaje terapéutico: unas cintas de esparadrapo elástico que han sido diseñadas imitando las propiedades de la piel y cuya finalidad es el tratamiento de lesiones musculares, articulares y ligamentosas. También le diría que reducen la inflamación y el linfedema. Le diría que  disminuye las tensiones pero permitiendo una movilidad completa aportando un refuerzo desde un punto de vista funcional. Todo esto le podía decir sobre mis vendas de un color azul eléctrico, pero ¿qué pensáis que le dije? Absolutamente nada, no era el momento, ¿él correría por mí? Me doy cuenta que vamos tan despacio que el público se anima a hacerme preguntas.

Al girar en la rotonda sufro una reacción vagal en la pierna izquierda, son unas décimas de segundo en las que la pierna se queda sin fuerza. Leí que era un síntoma provocado en gran medida por algo psicológico. Me han dado mucho en los maratones cuando por la congestión inicial y por algún toque cuando se va en grupo la musculatura (normalmente mis isquios) reacciona quedándose como sin pilas. Es momentáneo, menos mal.

Pienso en la importancia de la técnica de carrera y de cómo evita lesiones y hace más eficiente la marcha. Son muchos años intentando hacerlo bonito y que parezca que correr sea natural y no cueste. Me acuerdo del tobillo de David y siento ser tan pesado con él pero es necesario. Aunque se tengan 37 años y aunque no vayamos a ser olímpicos tenemos que trabajar la técnica e imprimir en ella el estilo de cada uno.

Del 21 al 30

 

El paso por el kilómetro 20 lo hago en 1 hora y 36 minutos. A partir de aquí la distancia se convierte en un monstruo cada vez más gigantesco y descarnado. Me siento pequeño y desarmado como David debió sentirse ante Goliat. Estoy convencido que ambos desconocíamos cuál iba a ser el final y lo aventuramos desfavorable. Pero nos encomendamos a nuestras armas, él a su honda y su diminuta piedra, y yo a mi entreno y mi cordura. Esa cordura tejida de aventura y determinación. Mis armas son pequeñas, el asfalto empieza a agarrarse y cómo en una pesadilla intento salir sin despertar, pero es imposible y hay que convivir con ello. Intento no pensar en el hecho de que durante algunas horas más no saldré de esta pesadilla. Me iré descomponiendo, dañándome lentamente y negociando su final. Me voy separando del pistoletazo de salida como la uña a la carne porque cada metro es menos soportable. El señor de la anterior vuelta me vuelve a increpar -Me tienes intrigado, ya me dirás el porqué de esas vendas cuando acabes-.

Esta vuelta la dedico a pensar en mis compañeros de entrenamientos que al mediodía después del curro me hacen más llevaderos los días fáciles. Son sesiones muy divertidas llenas de anécdotas y de ocurrencias. El sentido del humor predomina y aprendo mucho de ellos. Saben reírse de sí mismos y encajan las bromas y chascarrillos mucho mejor que yo. Yo soy el cascarrabias del grupo y si no fuera porque no somos siete podríamos parecer una suerte de enanitos con un rasgo diferenciador cada uno. Está el bondadoso, el alegre, el perezoso, el gruñón (ése soy yo), y al igual que los enanitos vamos en busca de diamantes todos los días, y a diferencia de ellos, sí que sabemos su valor. El valor de la amistad que en deportes tan sufridos se acrecienta con los años y nos iguala a todos. Mi cabeza, ahora todavía puede, piensa nominalmente en Manuel, Guzmán, David y Miguel. Va por vosotros chicos. Me guiáis en éstos metros, espero que tengáis fuerzas para completar la vuelta conmigo, seguro que sí, porque de nuevo estáis dando lo mejor de vosotros mismos.

Del 31 al 40

Paso por el kilómetro 30 en 2 horas y 25 minutos. Es la vuelta que destino a las mujeres de mi vida. Sí, tú que estás leyendo estas líneas eres una de ellas: mis hijas, mi madre, mis hermanas, mi futura esposa, mis amigas. Sois importantes y me alentáis en esta vuelta, la que hará de esta carrera algo más que un maratón, traspasando la distancia que a Filípides le costó la vida hace ya muchos años.

Sobre el asfalto, escucho tu hipnótica voz diciendo-No sigas sufriendo-. Empieza a calentar el sol e intento poner banda sonora en esta película. Me vienen a la cabeza las canciones que me han acompañado en este último mes. Giraron en el mp3 una selección de dos horas de buenas vibraciones. Siempre existe una esquina donde suelen citarse la memoria con la imaginación, sólo es cuestión de esperarla.

En esta vuelta aparece un fenómeno ya sufrido en los entrenamientos. Es mi temida euforia. Es importante detectarla a tiempo y echar rápidamente el freno de mano si hiciera falta. Sería suficiente con reducir la marcha. Me gustaría pasar el ecuador de la carrera en menos de cuatro horas, pero no está previsto y no me conviene. Tengo que seguir concentrado en ir despacio. No hay prisas, queda todo. Me imagino llevando unas caballerizas y tirando de las riendas para contener a los caballos desbocados. So! recuerdo a David montado en su bici por el barrio de Casablanca mirando su velocímetro y diciéndome -Vas a 15, reduce, queda mucho, debes de ir a 14 Km/h-. Se está levantando un viento frío e intenso. Además del trazado, que es especialmente duro y desigual, la climatología me está haciendo mucho daño.

Es importante el entrenamiento invisible. Todo lo relacionado con el descanso, la suplementación, la gimnasia, el masaje y los estiramientos. Es complejo compaginar todo con la vida diaria de trabajo, obligaciones familiares y sociales, ocio y diversión. Siempre he pensado que además de la determinación en sacar adelante un proyecto deportivo se tenían que dar unos condicionantes favorables en el plano personal. Estar centrado y mantener una línea estable. Siempre me ha parecido que los Cien te ponen a prueba además de en lo físico, en el plano personal y más global. También es un triunfo del orden, constancia, eficacia, o dicho de otro modo, de la integridad. Sé que no soy ejemplo de nada pero cada vez que llego a estos metros de la carrera me voy sintiendo un poco más íntegro.

Voy como en un raíl y de momento no hay posibilidad de descarrilar. Es una montaña rusa y hay que dejarse llevar. Cualquier curva se hace molesta porque las articulaciones están quejosas por el  automatismo biológico con un único fin -entrar en la historia-. Es la vuelta del miedo al fracaso. Estamos acercándonos al punto clave, ése que supondrá sobrepasar la distancia que en los entrenamientos he alcanzado con muchos sufrimientos. A partir de aquí todo es nuevo, recién inventado por mí. Estoy improvisando un guión y reinventándome sobre la marcha. Se hará acuciante la toma de decisiones ante los evidentes pilotos rojos que irán apareciendo a cada metro. El colapso multiorgánico será más cercano y será el momento del coraje.

En un recodo del camino noto una gota fría, como si fuera de un aspersor. Me ha gustado la sensación porque mi cuerpo está muy caliente, supongo (así lo dicen los libros) que estaré más cerca de 38 grados que de 36, el termostato está pidiendo a gritos ese líquido tan precioso y mi cabeza se escapa a Zaragoza y a su Expo. También al maratón, tan necesaria en nuestra ciudad. Esa gota es mía. Mi sudor me está refrescando y el ciclo se cierra. Pero es una gota que noto destilada, sin iones y sin sales. Recorre rápidamente mi piel recalentada. Ya lo pensé en los entrenamientos, sería la hora de insistir en comer y beber aminoácidos para nutrir a esta agua y que no caiga al suelo y se desperdicie. Por el contrario, que resbale por mi cuello dejando una marca salada y blanca, de varias trayectorias, fruto de las casas y sus sombras en el avanzar horario.

Me sumerjo entonces en el deshielo de mis montañas pirenaicas del Valle de Tena. El río Aguas Limpias que nace a los pies del Balaitoux –el primer 3.000 que ascendí en 1.985 y que casi nos costó la vida a mi hermano y a mí (maldita rimaya en la Brecha Latour)-. Ahora, tras 22 años de retroceso glaciar, el imaginario colectivo ha quedado salvajemente alterado.

En esta mañana vallecana, la distancia heladora se resquebraja. Con el paso del tiempo, va aumentando el caudal del torrente y su atronador ruido me duerme. Recuerdo la respuesta de George Leigh Mallory en 1.924 cuando le preguntaron el porqué de subir el Everest -porque está ahí- contestó. Juan ¿por qué corres los Cien? Evidentemente porque me ayudan a conocerme y porque me divierto cuando sufro voluntariamente. Porque me pongo al límite sin pedir disculpas ni permisos. Porque vivo mi vida y no la de otros. Invento mi propia existencia abriendo huella y descubriendo lugares, sensaciones y pensamientos que quizá ni imaginé. Porque prefiero vivir un día como tigre que mil como oveja aborregada.

Tendré que dosificar bien la intensidad y que todo vaya in crescendo. Hasta aquí he llegado gracias al entreno, desde aquí sólo mi ambición me llevará a la meta. Querer continuar como un avaro quiere su dinero, como un integrista-suicida su muerte. Si no, no llegaré.

Es momento de evaluar si estoy bien y empiezo a sumar: uno más uno igual a dos, dos más dos igual a cuatro, tres más tres igual a seis, cuatro más cuatro… esto se complica. El granito está compuesto por cuarzo, mica y feldespato. España tiene 17 Comunidades Autónomas y además Ceuta y Melilla. Las provincias de Andalucía son ocho: Sevilla, Córdoba, Jaén, Huelva, Granada, Málaga, Almería y Cádiz. Las provincias de Castilla-León son nueve, Palencia es una pero no tengo ganas de pensar en las otras, toda la sangre la necesito en las piernas y no tengo humor para pensar mucho, seguiré pensando en cosas más fáciles. Colón descubrió América en 1.492 y Abascal obtuvo el bronce en las Olimpiadas de Los Ángeles 84. Entonces me sumerjo en esos años cuando con 13 años, en las frías y húmedas madrugadas de Valencia, daba vueltas a la manzana de mi casa de unos 500 metros, cada día más deprisa, cada día más de noche para aumentar su número, antes de ir a la escuela. Entonces bajar de tres minutos en el kilómetro era un sueño, y al cabo de los años los sueños van cambiando, pero así quiero vivir, teniendo sueños que cumplir.

Hoy intentaré despertar de éste y volver a dormirme en otro y así enlazando días, enlazando años, hasta dormir del todo. Un sueño salva parte de nuestra vida y nos cuenta su historia al dejarnos dormidos…

En este punto empiezo a olerme. Ya me ha pasado en los entrenamientos en la parte final de los trotes largos y lo atribuyo a nuestro lado más animal. El instinto de supervivencia agudiza nuestros sentidos y cuando detectamos el peligro (estar en el kilómetro 40 siempre es un peligro) nuestro cuerpo se tensa y se espabila para analizar todo lo que sucede a nuestro alrededor. El olor es a sudor que no me disgusta, es  agradable y hace que me concentre. Desaparecerá, lo sé, ojala me acompañe hasta la meta.

Lo inmenso (1ª parte)

Lo inmenso (3ª parte)

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2 comentarios en “Lo inmenso ( 2ª parte)

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