Todo empezó gracias al deseo del Baron de Coubertin de emular en «sus Olimpiadas» una hazaña de la Grecia antigua: Herodoto escribió que el soldado ateniense Pheidippides recorrió unos 40 kilómetros para comunicar la victoria de los Atenienses frente a los Persas en la batalla de Maratón. El filólogo Michel Bréal le sugirió al Baron la conveniencia de rescatar la gesta para las Olimpiadas de Atenas de 1896. Filípides cayó muerto en cuanto hubo pronunciado las palabras: » Alegraos, hemos vencido»
Hasta 1921 no existía ninguna medida para los maratones por lo que cualquier carrera que fuera de aproximadamente de 40 kilómetros podía ser vista como maratón. Las distancias variaban según las predisposiciones del lugar, incluso en los Juegos Olímpicos faltaba una uniformidad en la distancia a recorrer. De esta manera se recorrieron por ejemplo en las olimpiadas de 1900 en París 40,2 kilómetros.
En los juegos olímpicos de 1908 en Londres fue usado por primera vez la distancia actual. El recorrido del castillo Windsor hasta el palco real en el estadio de White City media exactamente 42.195 metros. Iba a disputarse sobre una distancia de 38 Kms. pero el Príncipe de Gales, Jorge V, quiso que la salida se tomase desde el Castillo de Windsor, según se cuenta el motivo de esa petición era por que ese día llovía y no querían que la Reina se mojara, con lo que la distancia final quedo en 26 millas y 385 yardas.
Una influencia considerable para que fuese la distancia actual la tuvo Dorando Pietri, que en su dramática carrera debido a ayuda no permitida en la meta fue descalificado como corredor más rápido.
Aun así se tardaron 13 años, hasta que en 1921 se fijara la distancia actual del maratón por la Organización Atlética Internacional. Por primera vez en las Olimpiadas de París de 1924 se corre el Maratón con esta distancia y así hasta nuestros días.