Noviembre de 1983. El neozelandés Rod Dixon tiene un plan y lo sigue a pesar de que éste le coloca en posiciones traseras.
En un día lluvioso correrá como los grandes, de menos a más.
Hace ya 11 años que había conseguido el bronce en las Olimpiadas de Munich postergando a Steve Prefontaine a la cuarta posición en la distancia de los 5.000 metros.
Al sobrepasar la milla 26 y faltando 385 yardas para la meta, Rod Dixon adelanta a Geoff Smith que acabará 9 segundos por detrás. Este último se tirará literalmente al suelo cuando cruce la línea de meta, los calambres le tumban mientras que Rod apenas puede arrodillarse y dar gracias al destino. Abre los brazos intentando abarcar la inmortalidad que ha supuesto entrar en la historia.