El otro día presenciaba la conversación entre dos madres. Una comentaba que este verano a su hijo le vendría muy bien un campamento. Según ella el chaval en cuestión estaba muy enmadrado y le asustaba la idea de alejarse del cobijo protector de lo cotidiano y de las comodidades propias del hogar.
Cuando era pequeño mis padres me proporcionaron, con esfuerzo, los periodos veraniegos en los que tenía que «pasar necesidad» por convivir en unas condiciones precarias como dormir en un saco de dormir, ir a bañarse a un río o tener como única luz una linterna de escasas pilas o la hoguera por la noche.
Las madres y padres queremos que nuestros hijos tengan la necesidad de adaptarse al medio, muchas veces hostil, de la existencia. Convivir con personas distintas a nosotros y que por lo tanto nos enriquezcan en un largo camino de socialización y de autonomía personal.
Hay una canción de Manu Carrasco que dice así:» Si la vida te aprieta, no olvides decirle a tu alma que puedes por ella. La vida no es todo un camino de rosas para quien le duela».
La vida es una sucesión de momentos gozosos y dolorosos. La naturalidad con la que nos enfrentemos al dolor hará de nosotros mejores personas. Quizá por ese motivo utilizo las Maratones para socializarme. Es la manera con la que a mis casi 43 años busco la incomodidad como una manera de sentirme vivo. El Maratón me hace bien porque me pone al límite y me permite poner en práctica la RESILIENCIA, la capacidad que tenemos o no de sobreponernos a períodos de dolor emocional o situaciones adversas.
Llegamos ese mismo sábado a Pamplona, recogemos el dorsal en la plaza de toros y nos dirigimos a la Plaza del Castillo para comer. Los niños juegan empujando un toro con ruedas. Estamos en la ciudad del Toro. A las 13 horas (faltan siete para la salida) me dirijo al hotel a vaguear tumbado en la cama.
Correr un Maratón con tantos ojos pendientes es complicado y a la vez un motivo de alegría y el otro día, en el primer Maratón de Pamplona, cometí un fallo de principiante. Me pudo la ambición y transité en los primeros kilómetros con un ritmo tan alegre y tan poco prudente que posteriormente me pasó factura. Me vi en puestos delanteros y pensé que el trazado quebrado de la ciudad iba a ser esquivo a mi fatiga. Craso error.
El paso por el kilómetro 10 en 38 minutos y 38 segundos. Un despropósito. La ciudad, preciosamente verde, nos invitaba a cabalgar por sus calles. Los parques y los puentes empedrados esconden rincones difíciles de olvidar.
En los primeros 21 kilómetros me dediqué a consumir todo el glucógeno del que disponía. El ritmo elevado dilapidaba las reservas y aunque era consciente de ello no quería abandonar mi ritmo suicida, pensando que en esto del correr hasta los tontos hacen progresos, basta con ser pertinaces. Además, el cuerpo humano es sabio y responde a nuestras desorbitadas exigencias adaptándose a las nuevas situaciones, aunque cumpliéndose en todo momento la máxima de que el mejoramiento de un sistema siempre se produce a costa de otro.
El siguiente desatino, éste ajeno a mi voluntad, es hacernos coincidir con los participantes de la Media Maratón que habían salido media hora más tarde. En el kilómetro 11 nos incorporamos a la riada de corredores que, a un ritmo de 5 min/km, colapsaban la ribera del río Arga. En un slalom demencial voy adelantando a corredores que kilómetro a kilómetro son más rápidos y cuesta más alcanzar. Llego a la altura de la primera mujer en la Media (que acabará en 1.30) y sigo pasando corredores hasta mi kilómetro 29 que para ellos es el 21.
Es a partir de ahí cuando me quedo completamente solo y me enfrento a la realidad que ya vaticinaba desde hacía bastantes kilómetros. La falta de azúcar en sangre y por lo tanto la debilidad y languidez del que ya no puede ofrecer nada más. Es bello. Tiene un punto sublime de belleza. Es la entrega absoluta ( en este caso evitable) y la tranquilidad de conciencia del que no está obligado a dar más porque ya no puede hacerlo.
Correr Maratones es la alternativa que yo recomiendo a quien desee encontrarse consigo mismo.
El sábado pasado el Maratón me apretó como aprieta un toro que se arrima provocando el pánico cuando el torero permanece impávido ante el evidente peligro. Elegí un ritmo inadecuado y me enfrenté a unos últimos 12 kilómetros pavorosos.
El Maratón fue un auténtico despropósito desde el punto de vista organizativo. Fue una distancia que se le quedó demasiado grande para una ciudad que apostó por una congregación masiva de corredores de 10k y 21k y que, de manera residual, aprovechó la circunstancia para reunir a 500 corredores de Maratón que llegaron a una meta despoblada en la Plaza de Toros.
En esto de juzgar a una carrera siempre habrán puntos de vista divergentes porque no todos buscamos lo mismo, no todos ponemos el énfasis en las mismas cosas. Hay personas que valoran la carrera en función del ratio dinero/bolsa del corredor, hay otros que esperan que el trazado esté bien marcado y no se dé lugar a dudas de interpretación en el camino a seguir, hay otros que esperan que el recorrido no de pie a multitudinarios atajos en parques y riberas (lamentable la gente que se engaña y toma las de Villadiego para recortar unos metros) y en ese sentido sea una distancia homologada.
En el kilómetro 35 hace su aparición la lluvia y el viento. El escenario de oscuridad y de inclemencias metereológicas hicieron que todo fuera más tétrico. La sensación de abandono en su máxima expresión.
No me arrepiento de haber acudido a la Maratón de Pamplona, pero es sensiblemente mejorable en ciertos aspectos. La Organización quiso primar el volumen de participación en las tres distancias y yo, como corredor de Maratón, me sentí poco mimado. En el kilómetro 41 tuve que preguntar al escaso público si estaba en el buen camino. Ya sólo a partir de ahí me vi en meta, la Ginkana había terminado.
A las 22.59 crucé la meta. Casi tres horas de vaivenes de calles, de estados de ánimo y, al final, de desesperación por llegar. Dentro de la plaza me esperaba una camilla y una masajista que, con mucha humanidad, me decía cosas del estilo a «…ya está,…ya pasó,…abre la boca y relaja las mandíbulas», frases que provocaron lágrimas y sollozos como cuando era niño y quería abandonar el campamento de verano y volver al regazo de los brazos protectores de mis padres. Ahí me dí verdadera cuenta de que lo había pasado realmente mal. La calma en mitad de la tormenta hizo que pudiera llegar a meta en el menor tiempo posible. No dar la espalda a la carrera y mirar al dolor cara a cara con naturalidad te permite ahondar en lo más primitivo de tu existencia. Son momentos genuinos, invariablemente bellos.
Al día siguiente fuimos a desayunar unos churros a la Calle Estafeta y de paso ver a los corredores en la tradicional Carrera del Encierro, 800 metros en el famoso trazado que realizan los toros en su discurrir hasta la plaza. Colofón perfecto a un fin de semana navarro lleno de momentos imborrables y apasionantes. En la churrería tenían el Diario de Navarra y con sorpresa me ví reflejado en una foto. La foto. Recuerdo fehaciente de que estuve aquí, en la Primera Maratón de Pamplona.
Muchos años llevo queriendo correr un encierro, desde joven. Nunca se ha dado la oportunidad. El otro día me hubiera metido en las gateras. No me perseguían los Miuras y los mozos no se amontonaban. Pero el pánico recorre mis ojos, el peor de los paseillos por el callejón que soy capaz de imaginar. Ya no sé si era yo el toro que asustado se introducía en el albero de sus tardes más gloriosas.
En un dia muy triste para mi, me has recordado la capacidad del ser humano de reponerse ante la adversidad……………….el ser humano es fuerte y consigue superar esos momentos dolorosos, la vida es así, «blanco y negro» las dos caras de una misma moneda. Gracias al deporte, a nuestro querido running, conseguimos seguir hacia adelante…………………………..por vosotros R y S,
Gracias Juan por tu artículo
Esther, me alegro que haya podido servirte este sencillo escrito para canalizar los pensamientos que te atormentan en estos días. Un abrazo muy fuerte y a seguir peleando. Gracias a ti por escribir.
Querido Juan
Aunque no hubieras escrito nada, sólo con la foto de tu llegada a meta habría bastado.
Esa mirada lo dice todo.
Gracias por compartirlo.
Fernando
Tienes toda la razón. Una imagen que vale por mil palabras. Me gustan las imágenes que resumen a la perfección la angustia y el dolor de piernas que «me busqué» por impaciente.
Un abrazo fuerte
Juan
Gracias Juan Romero, me sigues emocionando como el primer día que te conocí . Has conseguido que broten en mi lágrimas , no se sí de emoción o de qué. ! Pero han brotado al escuchar en mi mente tu relato con tu voz, entrega y ejemplo.
No crezcas nunca! El mundo necesita más Juanes.!!
Pablo, las personas tienen la capacidad de inspirar a otras personas. Tú, en muchos sentidos, también eres inspirador. El primer día que te conocí me maravilló la determinación con la que querías aprender a correr. Cada semana veo tu evolución en los entrenamientos y, con los lógicos vaivenes, te estás convirtiendo en referente para muchos. Enhorabuena.
Querido Juan
Que grande eres… yo no llevo mucho corriendo y mi forma física por diferentes motivos o excusas no ha sido buena o mejor dicho lo buena que me gustaría, por eso nunca me planteaba correr un maratón porque no me veía capaz…. hasta que empecé a seguirte y conseguiste entusiasmarme…
Gracias Juan, gracias por compartir estos momentos, los he vivido casi en primera persona
Un abrazo
Querido Alfonso
Voy conociendo por el facebook tus continuos achaques en forma de lesión. Todos tenemos una imagen de lo que nos gustaría ser en lo deportivo y normalmente difiere de la realidad. Al final, es una búsqueda de acompasar nuestra realidad a nuestros deseos. Una vez me preguntaste si te veía capaz de acabar un maratón. Sigo pensando que si y pronto. Los retos, a veces, en vez de buscarlos llegan sin saber el cómo.
Haz hincapié en el disfrute y no intentes medir todo lo que haces.
Un abrazo fuerte extensivo a tu querida familia.
Juan
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