Maratón cumpleañero… suma y sigue.

Un año más. Otro 13 de julio en el calendario. Buen motivo para reunirse con los amigos y realizar una actividad que nos apasiona. Se va a convertir en la tradición de todos los meses de julio. El año pasado se dio el pistoletazo de salida a una celebración que está intrínsecamente vinculada al Maratón. Las cifras de 42, 43, 44, 45,…. cobran un sentido distinto a partir de ahora.

El reto este año era saber si sólo dos semanas después del Maratón de Pamplona iba a tener la energía suficiente para afrontar los 43 kilómetros. Al igual que hace dos semanas, he salido reforzado para el siguiente reto del 28 de septiembre en el Maratón de Zaragoza. El entrenamiento ha consistido en descansar. Recuperar día a día a través del sueño y de los trotes fáciles.

El domingo 13 amaneció sin viento. En Zaragoza a veces esto es noticia porque podemos estar semanas enteras con el implacable azote del Cierzo. Las temperaturas estaban remontando después de un dubitativo inicio de mes de julio. Igual me daba. Las circunstancias meteorológicas es lo de menos cuando se trata de cumplir una distancia sin objetivo concreto de tiempo. Es una cuestión de dejar que las horas pasen con paciencia. La última hora es incómoda, da igual como te la tomes.

De tanto transitar por los kilómetros dolorosos se te hace callo. En las dos últimas semanas he probado el dolor característico del que sobrepasa los 30 kilómetros. Allá por el 38 empezaba a cargarme el hecho de ser tan mayor. Un acierto correr los 43 kilómetros a 5 minutos el kilómetro porque, de esta manera, pude ir acompañado por mis amigos muchas más vueltas seguidas.

A las 8.30 en punto de la mañana, 10 personas me estaban esperando. Querían aprovechar el frescor de la mañana para recorrer, todos ellos lo hicieron, más de 21 kilómetros. Sus obligaciones familiares les demandaban su regreso a casa. Las vueltas pasaban y el ritmo había que sujetarlo,… tenían prisa por acabar.

A las 12.02 del mediodía, y tras 3 horas 32 minutos de trote ininterrumpido, se finalizaban las 29 vueltas de 1.485 metros cada una.

 

Lo de dar vueltas al parque es como la vida misma. Un continuo transitar por lugares y actividades comunes cada día. Se generan los mismos síntomas de aburrimiento y desidia y, a la vez, de sorpresa cuando un nuevo corredor aparece en sustitución de otro. Así sucede que pasan las personas por nuestra vida y unos dejan más huella que otros: unos tienen la suerte o la «desgracia» de acompañarnos durante algunas horas, días, meses o años.

Me acompañaron este año mi hermana Marta y mi cuñado Miguel. Sus hijos Santiago y Alejandro me recibían con globos en cada vuelta. El año pasado fue mi hermano Enrique el que se vino a acompañarme, desde Madrid, cuando fueron «tan sólo» 42 kilómetros. Mis hijas Blanca y Paula, que me han acompañado siempre, iban en bicicleta con bidones de líquido. Su amiga Gloria también. Todas se animaron a correr la última vuelta porque, con los años, han puesto en práctica lo que han mamado desde niñas: ver a su padre volver a casa sudado y feliz por haber corrido.

Tras el cumpleaños feliz y los saludos a diestro y siniestro, dimos cuenta de cervezas y aquarius. El ambiente de concordia y de trabajo bien hecho predominaba en el ambiente. Gracias a todos los asistentes y a los que, por circunstancias tan variadas como la vida misma, hubieran querido dar unos metros conmigo.

Un año más ha transcurrido, ya queda menos para los 44 kilómetros. ¿Te animarás a correr algún trozo conmigo?