Soy corredor porque nací en Valencia. Se dieron las circunstancias propicias para que, a día de hoy, esté escribiendo este blog que lees cada semana. Esta ciudad, que se autoproclama «Ciudad del Running», tiene una solera y tradición corredora muy merecidamente ganada. Ciertamente es la ciudad del corredor popular. Baja al cauce seco del río Turia cualquier día, a cualquier hora y lo descubrirás por ti mismo.
Os lo explicaré revolviendo los recuerdos del pasado. Porque la exitosa maratón de Valencia que conocemos hoy en día tuvo unos orígenes humildes como todo lo que realmente vale la pena. Personas que se encargaron de convencer a las instituciones de la importancia de una maratón para la ciudad. Visionarios con pasión que invitaban a ver, a través de sus ojos, la belleza de la distancia de Filípides.
Tuve la suerte de conocer en persona a Toni Lastra en 1983 y ese hecho, puedo decir ahora, cambió mi vida. Nunca una persona tan anónima pudo dejar mayor recado. Esa breve charla con niños de 12-13 años fue suficiente para inocular en mí el deseo irrefrenable de seguir sus pasos. La pasión por correr y la ilusión de que eso pudiera cambiarme la vida como se la había cambiado a él. Me siento heredero de su testimonio y su labor al frente del Club Correcaminos que ha hecho que muchos valencianos hayan invadido por ósmosis el cauce del imaginario río Turia. A partir de la riada de 1957 se desvió su curso natural para impedir el desastre en ese fatídico día de octubre producido por una gota fría. La ciudad miraba de reojo ese espacio todavía sin explotar como lugar de esparcimiento y es ahora cuando los corredores lo llenan con una riada pero, esta vez, de sudoraciones.
El Paseo de la Alameda y el cauce del río fueron testigos de los entrenamientos que realicé para preparar mi primera maratón el 4 de febrero de 1990. En ese kilómetro (distancia exacta que hay de fuente a fuente de la Alameda) se reunían al finalizar la jornada para entrenar los escasos corredores que, en solitario o en pequeños grupos, hacían cosas que yo, ávido de conocimientos, intentaba imitar. Eran hombres austeros, adustos, correosos y que empeñaban todo por un sueño. La aparente inutilidad de su esfuerzo por una efímera y subjetiva gloria personal me iba seduciendo sin yo saberlo.
Ya a los 13 años conocía de la existencia de un tal Filípides que murió por correr, Toni nos lo contó. Y así, con imaginarios tan contundentes, me fue imposible mantenerme impertérrito. El sudor, tan proclive por la humedad del levante mediterráneo, y el sabor a sangre en la reseca saliva de mis primeras series, se juntaban demasiado a menudo para ir creando un brebaje de efectos altamente lisérgicos que bebía con ansia y exageración. Ese barroquismo tan valenciano, esa emoción que nos genera el olor a pólvora, ese sentimiento, dulce como la horchata, de todo lo nuestro: las fallas, l´arròs y la mar. A todo esto se unía, al fin, la maratón, con la que aprendería a gozar y a sufrir de sus excesivos y punzantes kilómetros finales.
La ciudad de la luz de Joaquin Sorolla, del chorro de voz de Nino Bravo, de las melodías de Presuntos implicados, de la singularidad de Camilo Sesto, del pundonor de Mario Alberto Kempes, del genio literario de Vicente Blasco Ibañez, de la sorna de Luis García Berlanga o del humorista Luis Sánchez Polack «Tip», la humanidad de Antonio Ferrandis «Chanquete» o del baúl, tan nombrado por mi madre, de una famosa tonadillera que se llamaba Piquer.
La ciudad de la horchata, de las fallas, del petardo y del bochorno. La ciudad que me vio crecer y me dio las herramientas para enfrentarme a mi exilio querido en tierras mañas.
Pero eso fue el ayer. Cercano, a pesar de haber pasado más de 25 años. Ahora, la Ciudad de las Ciencias y las Artes es testigo de una parte final de maratón de traca. Antaño fue el propio Paseo de la Alameda el que albergaba la ansiada meta y más tarde las pistas azules del cauce seco del río Turia. Si quieres estallar de emociones fuertes tienes que venir a recorrer la alfombra azul de sus últimos 195 metros.
La alfombra es azul, no podía ser de otro color, está esperando nuestra llegada. El azul de la mar impresionista de Sorolla, con sus brillos y sus olas espumosas.
Que envidia!!
Mucha suerte
Me ha encantado!
Suerte el domingo a todos los maratonianos, buena carrera.
Ansiosa de que llegue el gran día.
Muchísimas gracias Luis!
En 2016 te quiero ver aquí.
Besos.