Se pueden dar en los corredores dos posibles actitudes ante el verano. Por un lado la de los que esperan a que lleguen las rutinas del comienzo de curso para encontrar el hueco propicio y poder entrenar con regularidad, o bien, la de los que hacen el indio para sacar tiempo para correr en lugares y horarios inverosímiles. Los periodos vacacionales son la piedra de toque del corredor porque en ellos se pone de manifiesto la perseverancia, el espíritu de sacrificio, la capacidad para manejar el dolor, el valor para salir de la zona de confort o la habilidad para establecer prioridades.
Todo viene a cuento de la necesidad de dar ejemplo. Si…, los corredores tenemos que dar ejemplo. Si de verdad consideramos que correr es tan beneficioso para nuestra salud habrá que hacer «proselitismo» entre los demás ciudadanos ¿no?. Si tan instalada tenemos la frase de que «el éxito es la actitud y no el resultado» ¿Por qué no hacemos nada por ayudar a los demás?
Hace pocas semanas estaba corriendo por el paseo marítimo de una localidad mediterránea llamada Peñíscola, mis vacaciones eran este año de sol y playa, lo que viene a ser un «me las den todas» y no pegar un palo al agua: comer, dormir, leer y entrenar. Por el calor, soy de los que salgo a correr, si se puede, dos veces al día. Cuando tengo objetivos a corto, incluso llego a perder peso a pesar del buffet libre. Como decía, estaba corriendo por el paseo marítimo y un señor de mediana edad, que paseaba con su familia, me hizo una breve e imperceptible inclinación de cabeza acompañada con una medio sonrisa de aprobación. Me puse a pensar, en lo que quedó de ese trote, en el posible motivo y me salieron varios:
- Iba conjuntado: zapatillas, reloj y gafas color lima.
- Color de piel bronceado y brillante (por efecto del sudor). Iba sin camiseta, uno de los placeres de correr en verano.
- Tono muscular: definición y delgadez.
- Buena postura, gesto técnico. Brío y determinación.
- Hora del día (13 horas) y calor (33 grados) con humedad relativa del 95%.
- Velocidad (en torno a 3.50 el km), ¿Percibía que eran series o un trote? No me dio tiempo a preguntárselo.
Nunca sabré cuáles de estos motivos fueron los detonantes de la reverencia. Mi vanidad supongo que querría que fueran todos.
Recuerdo hace años, cuando vivía al lado del Ebro y tenía que atravesar el Paseo Independencia en la parte final de los trotes o después de unas exigentes series en el Parque Grande de Zaragoza; Aunque fuera fundido y derrotado por el esfuerzo, la vanidad conseguía que no descompusiera la figura. Se concitaban las miradas en torno a un corredor y no podía ni debía defraudar. ¿Me miraban? Seguramente no, pero por si acaso intentaba poner mi mejor cara y postura.
Recuerdo también, parece que fuera hoy, cómo aquel matrimonio de funcionarios (lo supe después), vino a saludarme y darme las gracias en la zona de meta de una carrera de 10 kilómetros. No los conocía ni entendí en un primer momento el motivo. Me explicaron que me habían visto a diario pasar por delante de sus puestos de trabajo y que gracias a mi habían descubierto la maravilla de correr. Durante casi dos años salía de mi casa a la misma hora y hacía siempre el mismo recorrido de 20 kilómetros, era mi momento del día, 140 kilómetros semanales de puro goce durante más de dos años. A las 14.15 correteaba por la acera camino del aeropuerto (ellos estaban detrás de sus mesas en el interior de un acristalado y diáfano INEM) y de tanto pasar les fui provocando la necesidad de hacer lo mismo.
No lo olvides, de que tú y yo nos portemos como auténticos corredores dependen muchas cosas grandes.