Se dice de chocolate la medalla que obtiene el cuarto clasificado de las carreras. Será porque es pegajosa y te hace sentir como el primero de los pringados.
No es por nada pero ¡Con qué facilidad perdemos el norte! El ego haciendo de las suyas en esta sociedad extremadamente competitiva. El amor propio que nos hace sentirnos fracasados incluso cuando lo hemos dado todo en una competición. Podrías pensar en las numerosas eximentes o atenuantes de este supuesto delito….pero a pesar de ello te sientes culpable y merecedor incluso de la sanción más dura de todas: la no aceptación de tus seres queridos. ¿Fue un error táctico? ¿Una merecida manera que el destino tenía de hacerme pagar mi falta de compromiso? Me dijeron que podía correr rápido cuando se tratase tan sólo de adelantar árboles pero que bien distinto sería gestionar la presión del contrincante que te fuerza en lo físico y sobre todo lo mental.
He corrido este invierno tres crosses y he terminado en la cuarta posición en todos. Es duro porque esperaba de ellos precisamente la obtención de una gloria materializada en algo tangible como lo es un trofeo. Así es el hombre, que necesita del beso para sentir el amor, del contacto físico y del calor para apaciguar las ansias de amar y ser amado. Cada cual tiene su decepción deportiva. Es directamente proporcional a las expectativas y debe ser gestionada como algo muy personal.
El otro día me crucé con un atleta que entreno, el lugar era raro, más cerca del aeropuerto que de la ciudad, estábamos solos y hacía frío. Hacíamos la tirada larga, él volvía mientras que yo iba. Nos paramos y aprovechó para contarme lo que le atormentaba. Sufre desde hace años mobbing en el trabajo y correr le sirve para apaciguar a la bestia que, en forma de tensión vital, le atenaza por completo. Me contaba de la importancia que para él era el poder correr el maratón de Zaragoza del próximo mes de abril. Le enseñé mis muñecas, iban sin reloj, y le comenté que había días en los necesitábamos reencontrarnos y pasar de las cifras. En este rodaje, le dije, debía de asimilar el disgusto de la competición del día anterior castigándome con 20 kilómetros (la distancia que hay de mi casa al aeropuerto son 10 exactos) sin importar el ritmo. Cada cual tiene su medalla de chocolate, la de mi atleta sería la de no poder participar en el Maratón de abril.
El domingo que no quedo satisfecho con el resultado, y a pesar de saber que el éxito o fracaso es relativo y no determina nuestra felicidad, me voy por la tarde a trotar a modo de castigo. Pienso que los que me han ganado esa mañana estarán celebrándolo y no harán sesión doble. Eso que les llevaré de ventaja para la próxima contienda. Este deporte es el de las segundas y terceras oportunidades y la peor de las competiciones es sin embargo el mejor de los entrenamientos.
La tentación es grande por tirar la toalla, de contentarse con lo que uno es y no poner los medios para dejar de serlo. El querer mejorar debería de presidir nuestra vida y no verlo como síntoma de debilidad sino como de una valentía sin límites.
Conocedor que soy de los famosos cuartos puestos de Roger Bannister en las Olimpiadas de Helsinki de 1952 en la prueba de 1.500 metros o de Steve Prefontaine en los 5.000 metros de las Olimpiadas de Munich de 1972. Ellos han pasado a la historia de una manera más definitoria que si hubieran conseguido su ansiada medalla olímpica.
«No puedes medir tu éxito si nunca has fallado» decía la tenista Steffi Graf. Has de ser de esos a los que no se les puede hundir la moral. Aunque los derrotes, nunca estarán derrotados.