Necesité tiempo para obtener el buen vino

Hace días que ya no pienso en los kilómetros que he hecho, porque lo único que consigo es enredarme en ellos hasta el punto de perder la ilación. Me siento un tanto borracho de tanto correr.

Veo los contornos distorsionados, incluso se desvanecen si persisto en fijar la mirada obstinadamente en ellos. Las imágenes almacenadas en mi subconsciente emergen como icebergs, asomando sólo su pequeña punta. Los recuerdos me cuestan anclarlos en las profundidades del océano que es ahora mi memoria amodorrada.

Pienso en mis competiciones pero sólo atisbo a ver algunas. Los pueblos, las ciudades y los países se amontonan y ya no distingo si fueron en tierra o en asfalto, si fue en arena o en tartán. Las muchas montañas y sus respectivos collados se han convertido en una única cordillera levantada de tozudez y renuncias, que está a salvo de los verdes valles y de las resecas llanuras donde habitan el hombre y su civilización.

Los puestos conseguidos en mis carreras se entremezclan, los números con los que se componen las marcas van perdiendo su significado, y pasan a ser simples cifras carentes de la fuerza que tuvieron antaño para jerarquizar y cuantificar mis méritos.

Hace ya tiempo que no me veo capaz de confeccionar un relato lógico y cronológico de mis andanzas, tan solo puedo emitir chispazos compuestos por sensaciones y momentos que, no se sabe cómo, llegan a mi presente y así se salvan milagrosamente del olvido de los tiempos. El paso del tiempo, como veis, tiene etílicos efectos.

Cuando niño atesoraba sueños deportivos. Tenía la esperanza de que mi esfuerzo, con la complicidad de mi cabezonería y la suerte de poseer el futuro que presenciaría mi desarrollo físico. Todo era un win-win excitante y maravilloso. La adolescencia y la juventud al servicio de mi mejora continuada del cronómetro. Una continua y lisérgica cogorza existencial. ¡Cómo no iba a guardar celosamente dorsales, tiempos y puestos!  Las fechas se marcaban a fuego.

Hubo una primera vez para la Maratón y la sansilvestre, para la carrera de mi barrio y de mi colegio. Desconocía por aquel entonces el lugar a donde me podría llevar mi pasión pero lo intuía luminoso. Estaba convencido de que a diez años vista seguiría enganchado. Sumé temporadas con machacona insistencia, repetí por enésima vez las mismas carreras y aburrido de transitar por las mismas veredas, decidí abrir horizontes lanzándome a las carreras de montaña y yéndome al extranjero a buscar recorridos que me sorprendieran de nuevo.

He puesto a prueba mi capacidad de reinventarme cada año. He intentado responderme de inmediato y decirme a mi mismo que tenía que estudiarlo, observarlo, calibrar bien si mis fervores iniciales tenían consistencia, o sí por el contrario se desmoronarían en cuanto aparecieran las primeras dificultades. Mi vida deportiva parece sacada de la frase que, referida al vino, dice:  «La primera copa es para la sed, la segunda para la alegría, la tercera para el placer, la cuarta para la locura…«.

Me siento felizmente borracho de kilómetros. Estoy llegando por fin a la locura.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.