Exultar

En el colegio donde imparto extraescolares les explicaba, a los niños de primaria, los motivos por los cuales era entrenador y me salieron cinco:

1. La materia prima con la que me enfrentaba se llama MOVIMIENTO y tiene la capacidad de transformarnos, transportándonos a la inesperada experiencia de la exaltación. Pero éste no era el motivo fundamental.

2. No era (aunque también) que ese movimiento sea cíclico y repetitivo, y que tenga efectos beneficiosos para la mente porque impera la quietud cuando se deja de pensar en lo que se está haciendo. El cuerpo es el vehículo perfecto para una mente necesitada de entusiasmo.

3. Tampoco creo que sería entrenador sólo porque me apasiona correr que, aunque es una condición indispensable, no llega a explicarlo todo.

4. No era, necesariamente, por conocer a personas maravillosas (que se esfuerzan por mejorar en su hobby que es correr) y que me enriquecen a diario en forma de sincera y duradera amistad.

5. El motivo fundamental, lo experimento en el 100% de los entrenamientos y en el fondo es egoísta, es que, aunque haya tenido un mal día o tenga nubarrones en la cabeza, cuando llego al lugar de entrenamiento y veo a mis atletas, consiguen arrancarme sin esfuerzo una actitud y un ánimo que no consiguen otras actividades. Se me olvidan, por unos minutos y absolutamente, mis preocupaciones y tristezas. Ver sus ganas me ayuda a encontrar las mías.

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La semana pasada, media hora antes del entrenamiento de las 9 de la mañana, recibí de 2 corredores sus mensajes de WhatsApp mientras tomaba mi rutinario café con leche mañanero. Uno decía: «Hola Juan! Hoy no voy a entrenar que llueve mucho…» y el otro afirmaba: «Buenos días!!! espérame eh. Pero vaya frío y pereza». Al final las dos personas vinieron, la una porque se dio cuenta de su excusa barata y la otra porque, a pesar del molesto viento, se ha apuntado a la Behovia y sabe de la necesidad de sumar entrenamientos. Al final de la sesión aproveché para verbalizar lo que ya saben y experimentan cada día que vienen. Que vuelven a casa contentos, reafirmados y exultantes. Constato, y más conforme van pasando los años, que en el 95 % de las veces que salgo a entrenar, llego a casa mejor de lo que he salido, como sin problemas y «oliendo» a ropa recién lavada. Por eso rehuyo de excusas para no salir a entrenar porque la posibilidad de volver eufórico son demasiado altas.

No sabía, aunque lo haya practicado toda mi vida, que hubieran abrazos chillados. Oí esta expresión el otro día en una radio deportiva y se ve que es el abrazo que se da apretando y acompañándose de un gritito de satisfacción. La reciente Exhortación Apostólica del Papa Francisco se lama «Gaudete et exsultate«, interesante reflexión sobre la llamada universal a la santidad. Un acierto que se titule así, porque santidad y tristeza son dos conceptos que se dan de tortas: Alégrate y regocíjate, muestra alegría desde lo profundo de tu ser. Tu reto es convertir cada entrenamiento en un abrazo chillado. Ya tienes objetivo.

2 de febrero de 1997. Un día, de tantos, exultante gracias a correr.

Así como no hay pascua sin cuaresma, así el correr nos lleva a zonas de felicidad gracias precisamente al precio costoso de su esencia. Ya lo he contado más de una vez y lo hago de nuevo hoy: soy corredor porque me transporto a territorios de armonía y felicidad absolutas. Soy maratoniano, además, porque es distancia que me permite experimentar la exaltación de mi ser, y esto sucede siempre que me pongo al límite allá por los dos tercios de sus siempre excesivos 42 kilómetros.

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