47 kilómetros

Otro año más.

A mediados del mes de julio se mezclan, confundiéndose, calor y cumpleaños. Sol en su máxima expresión. Julio es el mes de mi celebración.

Los que me conocen saben que, si por mi fuera, lo celebraría en la más estricta intimidad. Hace años que quité de mi facebook la fecha. Las celebraciones son ante todo interiores. Hace seis años que ya no es posible el anonimato y lo intento llevar lo mejor posible.

Allá por el kilómetro 18, cuando todavía apetece bromear.

La palabra «celebración» cancela, por definición, la noción de un objetivo al cual uno se pueda dirigir. Las fiestas se celebran, conmemoran algo, y con eso debería bastar. Se opone al transcurrir de acontecimientos y el tiempo de la fiesta es por ello imperecedero, es un tiempo sublime.

Un esfuerzo puramente humano (y correr 47 kilómetros pueden parecerlo) que tenga el objetivo de un cumplimiento del deber, no es precisamente una fiesta, dejaría de serlo si no hicieras por elevarte a un plano donde todo es «como el primer día», luminoso, nuevo y primigenio. Algunos creen que dar idénticas vueltas de 1500 metros es rayante. Como todo en la vida siempre depende de la perspectiva. Cuando las doy me sigo imaginando cuando era pequeño y salía a correr con la única y clara intención de aventura, la de sobrepasar las colinas del horizonte y descubrir por mi mismo, y a golpe de zapatilla, el paisaje desconocido que ocultaban. La curiosidad colmada que satisfaces a golpe de aparente y estéril repetición, de sucia pero necesaria rutina.

Los paseantes nos miraban un tanto sorprendidos. No entendían los motivos de chanza a 38 grados.

Los dioses se alegran cuando los hombres juegan. Tendríamos que vivir, y sobre todo correr, jugando porque las fiestas y los rituales abren el acceso a lo divino. El día en el que celebro mi cumpleaños no necesito ni fuerza ni valor, tan sólo salud para poder trotar (sin importar la velocidad) en compañía de amigos, conocidos y desconocidos. El azar o el destino,…nos junta y nos separa. De nosotros depende dejar huella en los demás. Solo nos recordarán si les hicimos sentir bien.

La gente asocia correr con sufrir. Nada más lejos de la realidad. Correr duele pero sufrir es otra cuestión muy distinta.

Solo me pasa días como hoy, cada kilómetro que dejo atrás me acerca más a la juventud. Acaricio en cada vuelta (este año han sido 32) la fugaz pero eterna juventud que solo la mente nos concede. Aunque el DNI nunca engaña y es un rival invencible, nos engancha la sensación de rejuvenecer. Las piernas duelen pero dura poco, el sabroso regusto lo supera.

Después de casi 4 horas y muchos amigos, foto con los de la última hora.

Desde hace seis años, cada 13 de julio o el domingo más cercano en el calendario, me acerco al parque para recorrer los kilómetros previstos y experimento una legítima sensación de estar llevando a mi cuerpo a un estado de aceptación sonriente. Es mi manera de resetear el año vencido y encaramarme al siguiente con fuerzas renovadas. Y simplemente sucede…

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