No lo compres, que te lo comes

El otro día me llegó un vídeo de Julio Basulto, influyente nutricionista español, en el que comentaba brevemente su último libro «No lo compres, que te lo comes». Me pareció un título ingenioso y que iba al meollo del problema (lo que el sabio refranero ha reflejado durante tantos años: “Ojos que no ven, corazón que no siente”).

No hay que chuparse el dedo. Que nuestros ojos no vean los alimentos nocivos para no sucumbir a la tentación, es reconocer que no somos Superman si hablamos de comida. Ya el acto de hacer la comprar, que está en la antesala de la ingesta, es decisivo. Si introducimos en nuestra despensa alimentos ultraprocesados o caprichos, acabaremos por llevarlos a la boca. Las excusas: que si mis hijos, que si las visitas. Alguien (nunca nosotros) tiene que pagar los platos rotos de nuestros desmanes. «No hay veneno, sino dosis»: la frecuencia en nuestros excesos es lo que nos matará.

Es muy difícil vivir como si estuviéramos en época de carestía, de postguerra o de vacas flacas. Vives en sociedad y está muy mal visto pasar hambre. Privarse en el siglo XXI de alimentos o bebidas ampliamente aceptados, o limitar su frecuencia, no es sencillo.

SI QUIERES ALGO QUE NUNCA HAS TENIDO, TIENES QUE HACER ALGO QUE NUNCA HAS HECHO. Esta sería la otra frase que querría incrustarte en tu sesera, si sobre todo eres de los que se quejan porque no consiguen sus objetivos de báscula a pesar de, según ellos, currárselo mucho.

¿Por qué nos cuesta tanto evitar la tentación? Por la sobreabundancia de productos malsanos, su enorme variedad, el mayor tamaño de las raciones de consumo, su bajo precio, las siempre innovadoras campañas de publicidad o la fácil accesibilidad a estos alimentos malsanos. Todo esto se traduce en un consumo exagerado de calorías, un aumento de peso y un mayor riesgo de enfermedades crónicas. Nuestras decisiones sobre qué comemos están fuertemente influenciadas, mal que nos pese. Eso de «muerto el perro, muerta la rabia» sería de fácil aplicación si el perro fuese acomodaticio, sin embargo, se ha convertido sin duda en un peligroso felino. Las empresas de alimentación saben que mejorar la palatabilidad de sus productos se traducirá en un mayor consumo y por eso invierten un auténtico dineral en conseguir la combinación perfecta de textura, sabor, color, aroma y temperatura que hará que sigamos comiendo pese a estar saciados.

Para evitar las tentaciones, Julio Basulto propone que pensemos en lo que comemos, que planifiquemos lo que comemos, que prescindamos de los alimentos superfluos y que tengamos paciencia en la reeducación de nuestro paladar. Asume que tenemos una tendencia innata a elegir alimentos ricos en grasa, sal y azúcar, ya que de ello ha dependido nuestra supervivencia durante siglos.

Son difícilmente rechazables por apetitosos: los dulces (helados, galletas, pasteles, chocolate), los aperitivos salados, las comidas rápidas (pollo frito, pizza o hamburguesas) y las bebidas azucaradas (zumos, batidos, refrescos).

Resistir es vencer. Ya lo decíamos al comienzo de este texto: “Lo que los ojos no ven, el corazón no lo desea”.

2 comentarios en “No lo compres, que te lo comes

  1. Hola Juan (soy Antonio Romero)

    Que casualidad que hables de Julio Basulto. Me introduje en las carreras debido a uno de sus libros (Comer y correr) Lo sigo y me inspiran bastante casi todos sus posts.

    Muchisimas gracias por tus consejos estos dias atras..Toda mi gratitud siempre..

    Un abrazo y hasta pronto

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