El postureo

Este verano he hecho 2 excursiones a la montaña de 4 días cada una. A pesar de ser tan pocos días, he tenido la sensación de haber vacacionado suficientemente. Uno de los motivos ha sido que las hice en solitario. Diréis que es una temeridad subir un 3.000 sin compañía y no os quito razón. Decidir lo que entraba y lo que no en la (por narices) pesada mochila fue la tarea más difícil. Adecuar material, timing, distancias, desniveles y energías requería de una buena planificación.

Balaitús, 28 julio 2018

Que no haya cobertura en el móvil entre los 1.600m de las partes altas de los valles y los 2.900m de las antecimas es motivo más que suficiente para descansar. Solo en las cumbres del Taillón (Ordesa) y del Balaitús (Tena), ambas de 3.144 metros de altitud, tuve la posibilidad de mandar noticias a Pablo, mi cómplice hermano que desde Valencia estaba pendiente de mí, en el poco rato que duraba mi estancia en ellas. El resto del día lo pasaba con mis pensamientos, me daba cuenta con mayor nitidez de lo que realmente tiene valor en la vida. Poco se necesita para pasar ocho días (en dos tandas de cuatro): un algo de comida, un mucho de silencio y una pesada pero acogedora tienda de campaña.

Ante las muchas horas de luz y con la previsión halagüeña de razonable buen tiempo, ya solo tenía que saborear las jornadas con delectación. Miraba las montañas con ojos prestados, deseaba compartirlo con alguien querido y agradecía la suerte de estar sano: como veis tan sólo 3 tareas. Después de cenar y todavía con dos horas de luz por delante, veía subir lentamente la linea divisoria que delimita la luz directa de sol y la sombra anaranjada posándose en las lomas más altas. Mis pensamientos, como el día, languidecían poco a poco por recurrentes. Me mecía en mi existencia simplona y me enfrentaba a la noche con el cercano y rítmico murmullo del agua que sin descanso caía por la torrentera. Un estómago razonablemente aplacado y un abrigo suficiente para sobrellevar la fresca noche de 8 grados a 2.300 metros de altitud eran los dos únicos problemas que tenía que resolver.

En esas circunstancias, entenderéis que el postureo suene a chirigota, te ves incapaz de explicar con palabras certeras y las fotos o vídeos siempre hacen un flaco favor a la belleza real en directo. Después de cuatro días aislado entre piedras, sarrios, marmotas e ibones, volví a la civilización trastornado, me sentía ajeno a un valle cómodo pero inhóspito por malhumorado y masificado.

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Conservo con cariño la carta manuscrita de Carlos, uno de mis atletas, en el cajón del escritorio. Está fechada el 21 de abril de 2015 y dice así: «Debuté en el maratón, como ya sabes, muy modestamente pero terminé. Al llegar a casa lloré como un crío, era una sensación increíble, mezcla de orgullo, rabia, dolor, satisfacción y humildad. Si, humildad. Conforme pasaban las horas me sentía más pequeño como persona y más satisfecho por lo realizado. Había conseguido terminar un maratón. Poder decir eso me hacía sentir especial, diferente, que no superior. Sientes lo pequeño que eres y a la vez, la enorme capacidad que el ser humano tiene de sacar cosas buenas de sí mismo.»

Ya veis, postureo cero. Como intuis, lo más valioso que tengo son las personas con las que me relaciono y esta es una buena muestra de ello. En la esencia está lo que nos une a todos, rápidos y menos rápidos, pros o iniciados: Nuestra pequeñez.

Punta Tobacor (22 julio 2018). Al fondo a la derecha, el Monte Perdido.

Si no tuviera blog no tendría Facebook o Instagram. No sabríais de mi salvo por verme correteando por el parque. Pero no os vayáis a pensar, no voy de purista ni reniego de la social web, sólo que entiendo que se hace un uso pernicioso de estas herramientas que, alimentadas eficazmente por un disparado pero inherente ego, tienen la capacidad de alejarnos cuando en realidad se pensaron para unir.

Leo, todo lo que puedo y más, libros, foros y redes sociales. Me interesa sobre todo la reiteración en los temas plasmados. La realidad virtual se aleja mucho de la voz y la piel. A unos les da por hablar de fútbol como si fueran los socios accionistas mayoritarios, otros necesitan hacer alarde de lo que comen o lo que beben como el paradigma de la beatífica felicidad, otros no les duelen prendas en contarnos su tanorexia, las evoluciones en su muy currada tonalidad de piel y otros parecen los fundadores de un partido político o paradigmáticos en el pensamiento ideológico mayoritariamente aceptado (o en el que menos). Yo solo sé que tengo 7 amigos. El resto son personas valiosas, muy afines, colegas de profesión, conocidos e incluso familia. Y seguro que tú, mejor que nadie, sabes a lo que me refiero. El tiempo dirá quien se baja o se sube al carro de mi amistad en la que sólo caben 7.

En todos estos perfiles virtuales, por la reiteración del tema tratado, se denota el «Dime de qué hablas y te diré de qué careces» o también el otro «De la abundancia del corazón habla la boca». En ese sentido, el postureo en el correr está en las antípodas del correr. La meta es el camino pero sin tanta exhibición porque, piénsalo, no viene a cuento. Ya lo decía Antoine de Saint-Exupéry: Sólo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible para los ojos.

2 comentarios en “El postureo

  1. He llegado hace unos días a este blog, buscando lecturas de cara a mi primera maratón.. Me parece de lo mejor que he leído, tanto en su forma como en su contenido.
    Esta entrada, hablando de montañas, me ha gustado por lo que me ha hecho recordar. En mi caso, un antiguo montañero reconvertido a corredor popular por exigencias familiares. Pero debo decir que el correr me está dando tantas satisfacciones como me han dado, y me siguen dando aunque no con tanta frecuencia, las montañas.

    Un saludo!

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