Recuerdo perfectamente el verano del 2004. En junio decidí que (tras haberlo barruntado desde navidades) a principios de Octubre participaría en mi primera carrera de 100 kilómetros. Mi mejor marca en la maratón era por entonces de 2 horas y 44 minutos (más tarde la bajé a 2.36). Había participado hasta entonces tan solo en siete maratones pero sentí la necesidad de preparar la primera de cien.
De junio a octubre viví en un suave pero continuo subidón. Como si fueran las cuestas de un temible puerto de montaña, ascendía con una imaginaria bici en enormes porcentajes y con piñones cada vez más pequeños. La ilusión y la motivación hicieron que soportase con entusiasmo las palizas y los calores de ese tórrido verano zaragozano. Semanas de hasta 260 kilómetros (la media en esos tres meses serían de 195). Mis jornadas se ceñían a entrenar en doble turno, comer (muchas de las veces de pie), trabajar 9 horas de lunes a sábado y dormir (caía en la cama como quién es abatido por un certero disparo). Los huecos para quedar con amigos eran inexistentes y un lujo que no estaban a mi alcance. El masaje de piernas era una esperada fiesta semanal de inexcusable cumplimiento. Dormirse en la camilla a pesar de la intensidad con la que los dedos se hundían en mi musculatura era el pan nuestro de cada semana. Hambriento de descaso a todas horas pero con la ilusión del que se prepara para batir el récord de Aragón en la distancia, como así fue.
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Estamos continuamente preparándonos para algo. Se me ocurren infinidad de ejemplos, tales como: preparativos de boda, del nuevo curso escolar, de una comida familiar, de la presentación de un trabajo académico o un examen, de un informe, de una maleta antes de un viaje por corto que sea. Incluso, pásmate, se me ocurre la de preparar una determinada carrera.
¿Qué estás preparando?, pregunta que me han hecho infinidad de veces. En el mundillo de los corredores es habitual porque es el punto de mira hacia el cual giran todas nuestras ilusiones, esfuerzos y desvelos. ¿Qué sería de un corredor sin una meta? Lo expresó certeramente el poeta egipcio Konstantino Kavafis el siglo pasado:
Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.
Se nos pasan los años de preparación en preparación. El actuar del hombre necesita de ellas para viajar siempre hacia delante en esto que llamamos vivir. Para correr rápido tienes que pensar lento y esta perspectiva has de conservarla siempre. La sobreexcitación, la hiperactividad, la falta de concentración, la depresión y el agotamiento son tus únicos enemigos. Y tus aliados se resumen en tres palabras: Persiste, insiste y resiste.
Recuerda, estamos siempre «en tránsito», de preparativos, pero no por eso dejamos de vivir intensamente cada momento presente.