El jueves por la tarde entrenamos en el archiconocido Parque Grande zaragozano. Coincide que con el buen tiempo que todavía tenemos en septiembre y con el actual furor del correr, hacerlo a determinadas horas se está convirtiendo en un deporte de riesgo. Un parque atestado de corredores de todas las fisonomías y velocidades. El riesgo de chocar con otro corredor era alta y la oscuridad que provocaba el ahorro de energía del alumbrado público generaba unos claroscuros cuanto menos inquietantes y peligrosos.
Reconozco que el otoño, que es en sí misma una estación tan bonita como cualquier otra, se me hace muy cuesta arriba. El motivo es que los días van acortando sus horas de luz drásticamente y también porque el frío va ganando la partida al calor por caer los rayos del sol no tan perpendicularmente en el hemisferio norte. Cada estación tiene su idiosincrasia y la del otoño se caracteriza por la necesaria caída de hojas. ¡Qué distinto es entrenar por las tardes cuando ya es de noche! Tendremos por desgracia que esperar hasta finales de marzo cuando, de un plumazo y gracias al adelantamiento de una hora, ganaremos 60 preciados minutos de luz solar.
El patio de mi recreo, así siento que es el Parque Grande cuando me sumerjo en su acogedora espesura. Es sombra en verano y mitiga los efectos del viento en invierno. Quedan lejanos aquellos años en los que cuatro gatos hacíamos trotes valientes o endemoniadas series. En esa época era imposible ir lento. Todos buscábamos la excelencia del esfuerzo.
Todas las ciudades grandes tienen un céntrico parque en el que todas las tardes se dan cita los corredores populares (La Ciudadela de Pamplona, El Retiro de Madrid, el Parque de María Luisa de Sevilla, El Cauce del Río Turia en Valencia,…) Ser corredor en Zaragoza, aprovecho para decíroslo, no es fácil. El cierzo (viento insistente que hace que la sensación térmica baje hasta límites poco razonables) es capaz de atemorizar al más valiente. Las temperaturas son extremas porque disfrutamos de un clima continental: 40 grados en verano y -10 en invierno. En Zaragoza no hay tan apenas primavera ni otoño y eso nos hace ser resilientes hasta decir basta.
Este invierno escasearán los corredores en el parque y podremos entrenar a nuestras anchas. Será la época de los valientes, de los que desafían a los días feos y les ponen banda sonora. Los que entran en el parque acobardados pero salen, después de hacer el entrenamiento, reforzados y con una autoestima difícilmente mejorable. La oscuridad y el frío tienen un cierto efecto depresivo en mi subconsciente y prevenido me enfrento a él todos los años esperanzado.
Correr contra corriente. Esa es la condición habitual del corredor. A partir de ahora va a costar más….. pero en el fondo lo estás deseando. Quieres probarte en la adversidad porque sabes que ningún mar en calma hizo experto a un marinero.
Qué razón tienes, Juan. La oscuridad y el frío se hacen duros. Pero, afortunadamente, tenemos el parque. Para mí, que disfruto de él desde hace poco, es una maravilla. De donde vengo, no había nada parecido. Imagínate que salía en invierno, ya de noche, por un pinar cercano, armado con mi frontal como única guía a seguir. Ahora, aunque sea poco intensa, todo es luz. Y es que, ya se sabe, todo es relativo. Saludos.
Gracias por tu comentario Zula.
Superaremos este invierno con buena nota.
Un saludo
Juan