«De perdidos al río», expresión que usamos a menudo y que viene a decir que cuando las cosas no nos salen como queremos, nos viene la tentación de bajar los brazos y abandonamos en la desidia del que ya nada tiene que pelear. Este planteamiento tan pobre, en el que da igual 8 que 80, está en las antípodas de la mentalidad de un corredor que se considere ejemplar.
Si usamos con frecuencia esta desanimada manera de proceder tendremos un problema. El regusto del que tira la toalla -y se deja llevar- no es especialmente dulce sino más bien amargo. Cuando somos inasequibles al desaliento, cuando tenemos -en gran medida- pensamientos positivos y vemos la botella medio llena, cuando somos inconformistas y lo luchamos todo,… en ese mismo momento empezaremos a saborear las mieles del verdadero corredor.
Somos humanos y por tanto falibles por definición. Es normal que no siempre actuemos con la mayor corrección y a nadie se le pueden pedir imposibles PERO eso no puede ser la excusa para renunciar a la pelea a la primera de cambio. Si hablamos de maratón ten por seguro que sufrirás la adversidad propia de esta excesiva distancia. En estas carreras tan largas muchos corredores adoptan la postura cómoda del «de perdidos al río», y es una pena, porque dejan de mirar el presente doloroso que, aunque acobarda, te brinda la posibilidad de luchar esperanzado.
Todo es cuestión de confianza. La desesperanza lo anula todo. Cuando llega lo duro, en el muro, tienes que echar mano a los resortes de la existencia: En lo pequeño del día a día, en la emoción y suerte por vivir y en el pensar más correcto para funcionar. La dejadez machaca tu autoestima, el orgullo te acaba aniquilando.
Hace quince días, 2 de diciembre de 2018, llegué a la Maratón de Valencia con la ilusión de correrla a 4 minutos el kilómetro. Todo normal hasta que en el kilómetro 13 apareció la sensación de mordisco en el tibial posterior. Pensé de todo: en qué ha fallado, en si tendré que parar definitivamente, en si solucionaría en algo si paraba a estirar.
Figuradamente tragué saliva intentando calmar mis pensamientos. Si mi pensar era el correcto, podría ir engañando a mis emociones y a mi conducta -que en esos momentos se limitaba a echar un pie detrás del otro- para seguir adelante. Sólo llevaba 53 minutos y quedaban, como poco, dos horas de carrera. No dí la espalda a la molestia, no dudé en hacerme amigo de ella. Acepté mi correr nada elegante, contrahecho, lastimero, chato y pendulero. Dos horas dando sentido a un inesperado plan B y reteniendo al desafiante y tentador «de perdidos al río». Pasaron por mi mente personas queridas: familia, amigos, atletas a los que entreno,…infinidad de motivos de agradecimiento por estar sufriendo con la dignidad del que está herido pero considera que la batalla, la importante, depende de estas pequeñas renuncias.
Bajar de 3 horas. Esa era la meta. Habiendo pasado en 1.25 la media maratón. ¿Sería capaz de hacer la segunda en 1.35? Iba a ser duro pero tenía que valer la pena aceptar mi presente llenándolo de contenido.
Necesitamos silencio. Si no lo buscamos, estaremos debilitados y expuestos al desaliento que se alimenta de confusión y de ruido. Crece por dentro y que tu correr sea discreto. Sólo así serás capaz de tumbar al muro en el kilómetro 32 de tu vida.
Enhorabuena, Juan.
Para que tu inglés no caiga en desuso, me permito recordar el refrán ‘when things get tough, the tough get going’.
Muchas gracias Joaquin !!!
Un saludo muy navideño