En octubre de 2018 -hace ya 5 meses- empecé a estudiar un Máster. En los primeros días de clase, nos explicaron la VENTANA DE JOHARI.
La ventana es una herramienta de psicología cognitiva que dice que el ser humano tiene cuatro áreas. Por un lado, la que no nos cuesta nada decir a los demás (la pública), la que nos reservamos sólo para nosotros mismos (la oculta para los demás), en tercer lugar la que los demás ven en nosotros pero que nosotros no somos capaces de saber de nosotros mismos (área ciega) y por último, la que desconocemos del todo (ignorada por mí y también por los demás).
La profesora, a continuación, nos propuso -a los 14 alumnos que estábamos en la clase- un ejercicio: Nos repartió 13 posits vacíos y nos animó a definir (asegurando la confidencialidad) con sólo una palabra a cada uno de nuestros compañeros. Todos en pie recorrimos la clase en busca de los compis, para acabar todos con el mismo número de posits en nuestro poder pero rellenos.
Llevábamos como alumnos menos de una semana de clase y las posibilidades de interactuar entre nosotros habían sido escasas. La palabra elegida se basaba más en intuiciones que en realidades. El halo de la persona definida daba respuesta a una suposición hecha al azar.
Estas fueron las trece papelinas que acabaron pegadas en mi pecho:
Me dio qué pensar. Sobre todo porque era una imagen de lo que proyectaba sin darme cuenta. Mi área ciega, lo que los otros perciben de uno por su lenguaje (corporal y verbal), por cómo viste, por cómo se presenta e incluso por cómo mira.
Intenté agruparlos: Por un lado lo que transmitía mi cuerpo: energía, saludable e interesante. Y también aspectos más ligados a cuestiones de comportamiento: responsable, competitivo, confianza, liderazgo, protagonismo, realismo, inteligente, profesional, perseverancia (x2).
Me consideré muy afortunado aunque eran sólo intuiciones de otros hacia mí que no se basaban en nada.
Me gustaron especialmente la perseverancia, la confianza y el realismo. ¡Qué bueno que me asociaran a estos tres aspectos!, pero ¡Qué fácil es caer en la autocomplacencia! ¡Qué difícil es manejarse con una autoimagen real! ¡Qué necesario es pararse a pensar y acompasar nuestro lado público, ciego, oculto y desconocido!
¿Qué soy como atleta? ¿Qué quiero llegar a ser? ¿Qué medios estoy poniendo para conseguirlo?
En un mundo como el atletismo, en el que las marcas objetivas cantan, hemos de fijarnos en lo subjetivo que es lo que al final transmitimos: la pasión, el esfuerzo y la intención en una afición que se llama correr.
Así que, ya sabes, rebusca en tu interior y piensa detenidamente por qué haces lo que haces, que es lo que quieres aportar a la sociedad y qué valores estás dispuesto a compartir. Pero no lo olvides: Take it easy! ¡Póntelo fácil! No intentes sobreactuar que, además de cansado, no conseguirás engañar a nadie.