Mi buen amigo Josemari -os recuerdo que de ésos, sólo tengo siete- fue en 1988 mi profesor de Historia Contemporánea. Tenía yo 17 añitos y estudiaba en Valencia lo que antes se denominaba «el C.O.U.». Después de terminar la carrera de Derecho, marché a Zaragoza en 1995 y él se fue a vivir a Galicia. Seguimos en contacto a través de cartas y esporádicas llamadas de teléfono.
Los azares de la vida han hecho que desde hace tres años Josemari haya recalado en Zaragoza y con una frecuencia de dos semanas quedamos para dar largos paseos por los barrios periféricos de Montecanal y Valdefierro.
Hablamos de todo, sin guion, y cada uno aporta lo que buenamente está aprendiendo de la vida. Hace 30 años me enseñaba muchas cosas -y no sólo de Historia- y ahora, para mi sorpresa, me dice que aprende mucho de lo que yo le cuento. Eso es -sin duda- lo que le hace seguir siendo para mi ese gran profesor que era antaño: su capacidad de escucha y su humildad para seguir descubriendo. Es sabio. No por tener respuesta a todo sino porque consigue que me siga haciendo preguntas.
El otro sábado -después de más de dos horas de paseo- salió el tema del matrimonio (por su trabajo tiene que relacionarse con muchos padres) y presté mucha atención a sus argumentaciones. Eran tan juiciosas que he seguido rumiando sus palabras durante días, eran las que perfectamente un padre diría a un hijo.
Su idea era la siguiente: el matrimonio no es cuestión de sentimientos sino de voluntad.
Siendo el amor la premisa primigenia, no era necesario para perfeccionar al matrimonio. Lo único cierto es que habría SEGURO momentos difíciles. Eran, en esos momentos difíciles, cuando saldría al rescate de la relación la buena actitud, el trabajo esperanzado, la aceptación, comprensión e incluso amor hacia los defectos del cónyuge.
Igual sucede con nuestro hobby de correr. Los motivadores y ardientes deseos iniciales por correr se sobreentienden. La perseverancia y la adhesión a esta manera de ver la vida corriendo, sólo se perfeccionan o demuestran en los fríos días del invierno, en la dureza de la canícula del verano, en el cumplimiento fiel del plan de entrenamiento aunque apetezca cero, en el sacrificio que supone dedicar tiempo cuando pesa la pereza como una losa.
Está también el polo opuesto, el de los que se inician sin especiales ganas. Esas personas que, por desgracia, no se enganchan y abandonan porque equivocadamente se imaginan que correr es un camino de rosas. No fueron capaces de aguantar los 21 días que -se dice- crean hábito.
¿Hay algún hábito que quieras transformar? Podrás hacerlo, te llevará -aproximadamente- tres semanas. Se requiere de un mínimo de 21 días para que una imagen mental establecida desaparezca y cuaje una nueva.
El cerebro es un órgano moldeable y cada destreza aprendida, lengua estudiada o experiencia vivida, reconfigura nuestro mapa mental. Por eso, para trabajar la voluntad hemos de pensar nuestros comportamientos para dar continuo sentido a nuestros actos y que no se pierda por los obstáculos que aparecen al vivir y que entorpecen el propósito inicial que siempre es inmaculado y perfecto.
Ojalá puedan decir de nosotros que tenemos un carácter de atleta o, lo que es lo mismo, que somos muy voluntariosos. Será una muy buena señal.
Como muchas cosas en esta vida, perseverancia, constancia, sacrificio. Como siempre acertadas reflexiones Juan. Un abrazo.
Gracias Jorge, Un fuerte abrazo
Juan