¿Tirar la toalla?

¿Hasta qué punto nos compensa el dolor que experimentamos al correr? ¿Se nos llena la boca con la frase «corremos para disfrutar» y  aun así lo vemos compatible con el dolor que experimentamos en entrenamientos y competiciones?

Ahora que vamos a comenzar los días centrales de la Semana Santa y que, en resumen, se fundamentan en el dolor voluntario que alguien soportó por nosotros y que tiene sentido porque está sirviendo hoy en día para nuestra salvación, precisamente por eso, considero que el dolor sigue siendo consustancial al ser humano y me parecería tonto darle la espalda o rehusar de su utilidad. El sentido trascendente del dolor y también de la muerte les hace ser herramientas eficaces para dirigirnos hacia la perfección.

Se da el caso del maratoniano que en un momento de la carrera -suele ser allá por el kilómetro 30, cuando llega el muro- se compadece demasiado de su penosa existencia y desconecta de la carrera.

También se da el caso del que no acaba un entrenamiento, dejándolo a mitad. Tenía previsto 5 repeticiones de mil metros y deja de hacer la quinta porque ya no puede más. A éstos siempre les animo a terminar aunque el ritmo sea inferior. La experiencia siempre demuestra que se van a quedar con mal sabor de boca, cuando después de haber abandonado, analicen que el dolor que experimentaban era menor que la satisfacción por el trabajo planteado y terminado que sentirían ahora.

La diferencia entre dolor y sufrimiento es evidente. El dolor es bueno e inseparable al vivir y al correr, momentáneo y necesario para crecer. El sufrimiento es subjetivo, penoso y permanece en el tiempo. Os aconsejo que no tengáis miedo al dolor. E incluso menos, ante el dolor voluntario y libre.

¡Qué necesidad de algo voluntario pero que pica tanto! ¡Qué fácil, sin embargo, que la voluntad se derrumbe! En los entrenamientos es cuando se trabaja la entereza y donde se acrisola el amor que tenemos a este deporte que nos lo da todo a cambio de un poquito -a veces-  de agonía.

Tiene que compensar. La libertad con la que decidimos que salimos a correr es la garantía de estar en el buen camino. La finalidad tiene que estar muy clara. Sin dudas. No valen quejas y excusas. Podríamos ponerlas todas y en todo momento pero entonces entraríamos en una senda de infantilismo que nos haría daño.

Después de hacer las 24 horas (el 23 marzo), a las dos semanas (7 abril) corrí la Maratón de Zaragoza. Mucho dolor sentí en los kilómetros finales y qué fácil hubiera sido claudicar y bajar el ritmo predeterminado con el que estaba ayudando a tres de mis atletas. El compromiso autoimpuesto hizo que no pudiera rendirme. El sentido de ese maratón, con las piernas fatigadas todavía por los 172 kilómetros, era la de ayudar y no me hubiera perdonado fallarles por un dolor momentáneo y pasajero.

En meta, una vez que Noelia había conseguido ser la tercera absoluta de la Maratón de Zaragoza con un tiempo de 3 horas y 18 minutos.

A nadie se le deben de pedir imposibles. Sería injusto y muy desanimante. Cada uno tiene sus líneas rojas y nunca debería traspasarlas. Sólo tú sabrás cuando puedes dar un poquito más, lo justo para sentirte muy orgulloso de cómo te has enfrentado a ese momento chungo que, ahora que ya ha pasado, hará que se dibuje una sonrisa en tu boca y para siempre.

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