Cuando llegó a mis manos la categorización que os comparto más abajo, os he de reconocer que me pasé un buen rato escudriñándola. Además de satisfacer mi curiosidad de querer ubicarme en ella, me recorrió por la espalda el sudor frío de pensar en mi rendimiento deportivo en los años venideros.
Porque mi ilusión siempre está en lo que ha de llegar, está puesta en el futuro. Intento actualizar a cada momento la brillante idea de que «Lo mejor siempre está por llegar» y por eso me agarro al presente y lo estrujo con cariño y esperanza. Bien asentados en nuestro responsable y peleado AHORA haremos que brille nuestro porvenir.
El otro día volvíamos de una competición. Una de mis atletas, que había mejorado mucho en los últimos meses, venía de subir a su primer podio. La satisfacción y el orgullo de ocupar un lugar preferente sobre los 1.000 participantes de esta carrera de 8 kilómetros eran muy evidentes. En su categoría de edad había quedado segunda.
Le dije que se encontraba en una encrucijada y que tenía que decidir. Por un lado, experimentaba entre semana los entrenamientos sufridos en el parque que tanto detestaba (pero que cumplía a regañadientes con fidelidad) y por otro había experimentado este domingo de gloria bajo el amparo de los aplausos de reconocimiento. Le recordé que una cosa no podía darse sin la otra. Corríamos para disfrutar y debíamos de repensar el por qué lo hacíamos. Sin dolor no había gloria, sin dolor no habría podios ni lugares de honor.
¿El rendimiento y el placer podían ir de la mano? ¿El placer que se obtenía por subir a un podio era inseparable al jadeo de unas series criminales?
Busca tus propias respuestas y sé consecuente. Hace ya muchos años que me respondí a este dilema e interioricé sus respuestas. Ya desde entonces navego con inteligencia entre la exigencia y el gozo (placer, disfrute) del rendimiento que siempre está acompañado de reconocimiento.