Dentro de pocos días empezaré a dar clases de Economía a alumnos de Bachillerato. Este verano lo estoy aprovechando para reflexionar sobre el cómo (metodología) voy a impartir las clases. Hay líneas rojas que no quiero pasar, hay territorios que quiero transitar y pensamientos que quiero inculcar. Soy consciente que es imposible dejar de ser uno mismo cuando te expones durante tantas horas frente a un auditorio exigente y hambriento de conocimientos. La motivación va de mi cuenta e intentaré que sea contagiosa.
Hay varias ideas que quiero transmitir desde el primer día. De entre ellas, destaca una que brilla por sí sola y que se resume en estas dos exclamaciones: ¡Vivan los defectos! ¡Vivan los errores si con ellos aprendemos lecciones de vida!
Ay de aquel que no se familiarice con uno de los fenómenos más frecuente de su existencia que no es otro que el defecto. En castellano existen muchas maneras de nombrarlo: arruga, error, debilidad, miserias, fallo, falta, carencia, privación, fealdad, laguna, desacierto, equivocación, imperfección, lacra, vicio, achaque, inconveniencia, quebranto, lunar, sombra, avería y tacha.
Aprender de nuestros defectos es nuestra principal misión. La infelicidad del hombre es una frustración que surge de la discrepancia entre lo que es y lo que gusta de creer que debería ser. El remedio de esta infelicidad está en la comprensión de que lo que es debe ser, y la conciencia de que lo que debe ser tiene que ser.
Se trata de orientar la vela hasta que el viento la empuje. Se trata de detestar lo imposible y creer sinceramente en las segundas oportunidades. Se trata de resistir a la frustración y adueñarse de una mentalidad más propia de un boxeador que encaja y no desespera.
Todo esto no lo ejercitarías si continuamente vivieras en el éxito. Es bueno que acumules fracasos para crecer. En mi caso, pienso que soy un buen corredor gracias a las lesiones que he vencido y cuando observo los cerca de 110 trofeos que tengo en mi casa, lo primero que me viene a la cabeza son las carreras que tuve que perder para poder brillar en estas pocas, quizá en una relación de 500 a 1.
Soy bueno en la dificultad, en la crudeza del esfuerzo. El mérito siempre radica en aguantar, en esperar al final. Se corre como se vive ¿Qué estás dispuesto a hacer? Uno es maratoniano porque muchos días fracasó. Sintió la hiel del fracaso y no le importó demasiado ¿Cómo no te va a gustar una carrera que, al final, te hace llorar de emoción?
La motivación se pierde con los años. Hay que cuidarla, dependemos de ella. El aparente fracaso sólo puede alimentar las renovadas ganas por intentarlo de nuevo. Jorge Luis Borges lo expresó de maravilla, la derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece.