Este verano ha sido para mí distinto a otros. La ilusión que tengo de empezar el próximo 13 de septiembre a dar clases de Economía y la necesidad de prepararlas, me han tenido atrapado en largas sesiones de estudio, análisis y planteamiento metodológico para ayudar a que mis alumnos de 1º de Bachillerato del curso 2019-2020 tengan ganas de ver y entender los telediarios.
El correr tiene conexiones con cualquier materia que puedas imaginar: psicología, matemáticas, sociología, historia, arte, religión, ética, filosofía, educación física, geografía, química y por supuesto economía. Este verano preparando las clases lo he podido comprobar.
Cuando tengo entre ceja y ceja un objetivo, mi vida gira en torno a eso que me motiva. Así fue, por ejemplo, en marzo de 2019, que estuve 24 horas seguidas corriendo. Desde entonces -y aquí viene el motivo de esta entrada- mi organismo ha sufrido las consecuencias lógicas de un profundo agotamiento y una inevitable involución deportiva. Tenía dos opciones: la de parar los entrenamientos en seco durante al menos un mes, o la que he querido conscientemente que fuera así y que ha consistido en seguir con una rutina de trotes y sesiones suaves para ir quitándome poco a poco la fatiga instalada en mis músculos y en mi sistema nervioso. En estos últimos seis meses he corrido alrededor de 70 kilómetros semanales (1.896 en total). Algunos días me veía como si fuera un material sometido a fuerzas externas que tenía riesgo de no volver a su estado inicial por sobrepasar su límite elástico. Mi Producto Interior Bruto (PIB) atlético ha estado en la cuerda floja.
El PIB mide el crecimiento económico de un país. Nos sirve para -calculando su previsión- tomar las medidas adecuadas (fiscales, presupuestarias, laborales o monetarias) y así alcanzar los objetivos macroeconómicos de pleno empleo y de control de la inflación.
De la misma manera nuestro cuerpo es el territorio soberano sobre el que tenemos que adoptar medidas adecuadas para optimizar nuestros escasos recursos evitando el sobreentrenamiento. Contamos con importantes empresas (sectores estratégicos) perfectamente conectadas: la músculo-esquelética, que bien podría asemejarse a nuestro sistema bancario en cuanto que dota de crédito y de préstamo a los agentes económicos, la alveolo-pulmonar que dotarían de energía eléctrica-petróleo-gas abasteciendo a las empresas y familias, y la no menos importante neurológica-motivacional que consistiría en el marco legal de convivencia, sus límites éticos para evitar la tentación de los paraísos fiscales y la financiación ilegal que representaría el pernicioso dopaje.
Pensemos en la sostenibilidad de nuestras obligaciones profesionales y familiares y en la equidad que ha de imperar en nuestros planteamientos deportivos. Cumplimos con los compromisos tributarios cuando nos inscribimos a las carreras. Hacemos el esfuerzo de invertir en I+D+i (Investigación, Desarrollo e innovación) con la adquisición de una buena técnica de carrera o nuestra incorporación a un grupo de entrenamiento y así aprovechar las sinergias UTEs (Uniones Temporales de Empresas) y suplementándonos con productos ergogénicos (geles, isotónicos). Queremos aumentar nuestras fronteras de posibilidades de producción (FPP) con la eficiencia de todos nuestros recursos. Aceptamos de buen grado los costes de oportunidad de nuestras decisiones deportivas, somos conscientes de lo que «perdemos» por dedicar tiempo a correr. Claramente nos compensa.
Nuestro PIB atlético está basado en nuestro consumo privado (alimentación), en la inversión (tiempo dedicado a correr que redunda en salud mental y en autoestima) y en el gasto público necesario para entrenar (zapatillas, gps,…).
Todo en aras de una productividad que se antoja necesaria si queremos aumentar nuestro PIB. Tienes la tentación de vivir en la austeridad y en el recorte o, por el contrario y haciendo caso a los keynesianos, estimular el gasto público (endeudándose en un primer momento) para aumentar el empleo y la producción de bienes y servicios, que en nuestro caso sería con entrenamientos con fatiga. El control de la inflación es clave en este proceso, o lo que sería lo mismo: mantener nuestro peso a raya. El ahorro de energías también aumenta tu productividad.
Después de las 24 horas tengo la sensación que debo de aspirar a metas mayores (crecer). Mis 48 años (mis recursos) son propios de una economía gastada y diametralmente opuesta a la de un país emergente o en vías de desarrollo (juventud). Las rentas y el patrimonio que han supuesto los 4367 kilómetros del 2018 y las 24 horas, son el punto de partida para apuntalar el crecimiento de mi PIB en la temporada 2019-2020. Aplicar la política macroeconómica más conveniente es el reto que tengo por delante. Salgo de la recesión y quiero ser el motor económico que tire de mis atletas.