El trasfondo cristiano del deporte

En todo aquello que escribo -tanto en este blog como en redes sociales- no encontrarás que me manifieste en cuestiones políticas ni tendenciosas. Me parecen torpes estas maneras de comunicar si lo que se pretende es aleccionar o despotricar ante un público heterogéneo -uno de los defectos de lo virtual es que te ampara cierto anonimato o voyeurismo- Mis amigos saben perfectamente lo que pienso y me quieren como soy aunque mis ideas estén a años luz de las suyas. No necesito convencer a nadie a través de las redes y lo veo una pérdida de tiempo.

Mi experiencia deportiva personal y mi trayectoria como entrenador de atletas me lleva a considerar al ser humano como un compendio de cuerpo, psique, afectos y alma. Me interesan cualquiera de estas cuatro áreas de mejora.

Al hablar con mis pupilos y una vez superado el aspecto rutinario o común para todos ellos (lo fisiológico, nutricional, táctico, técnico y de organización de sesiones de entrenamiento) surge el aspecto mental que es ante todo individual: los resortes motivacionales y las mejores maneras de enfrentarse a las competiciones y a los entrenamientos exigentes. Les intento dotar de herramientas útiles para sus propósitos.

Sin embargo hay corredores que se estancan o que, al menos, no evolucionan como debieran. Y me pregunto qué les podría estar pasando. Mi principal tarea como entrenador se concreta en ir haciéndome constantes preguntas.

Querría escribiros sobre lo que considero ha sido un gran asidero en mi evolución como atleta y ahora como entrenador. La beneficiosa influencia de la fe cristiana en el hobby de correr que me ha acompañando durante toda la vida.

El otro día, el seleccionador del equipo nacional de fútbol, Luis Enrique, decía que después de haber pasado por el doloroso trance de la muerte de su hija el deporte había sido un arma bestial para superar esta situación de la vida.

Al igual que podemos decir que un verdadero artista jamás será pobre, el corredor popular que se esfuerza por un objetivo es un artista. Su riqueza no está necesariamente en ser olímpico si no que está en esforzarse por retos, está en poder hacerlo lo mejor que le sea posible. Una actividad en el que intentarlo pesa más que el conseguirlo y no todo se explica por el principio del resultado. El deporte nos ofrece la oportunidad de participar en momentos bellos, o de presenciarlos. En este sentido, el deporte tiene el potencial de recordarnos que la belleza es una de las muchas maneras de encontrar a Dios.

Para el barón de Coubertin el olimpismo era una religión del mundo y la llamaba “religio athletae”. Desde la ceremonia inaugural plagada de ritos hasta la ceremonia de entrega de premios o la ceremonia de clausura, la actual representación de los juegos recoge su naturaleza religiosa.

El deporte y el cristianismo nos dan enésimas oportunidades. El continuo y saludable comenzar y recomenzar se concreta en la confesión sacramental de los pecados ¡qué bueno es reconocer que son parte inseparable de la existencia! De todos es conocida la parábola del hijo pródigo y la suma bondad con la que el padre acoge al hijo arrepentido (Lucas 15) y se desvive por él.

Libertad versus Límites (normas)

Partiendo de una actitud inicial de humildad se aceptan las normas. Si por ir por libre piensas que tienes más personalidad y eres más auténtico estás ligeramente equivocado. La libertad de hacer lo que me apetece en todo momento, casa muy poco con la actitud del atleta que se esfuerza por obedecer las leyes no escritas del entrenamiento y de la fisiología que nos uniforma y atenaza.

Quejarse por el hecho de generar lactato tiene tan poco sentido como ver los mandamientos con amargura. ¡Cómo fastidiaban las normas de nuestros padres cuando éramos pequeños pero qué agradecidos estamos cuando las vemos en perspectiva!

La libertad está en la base del amor. Amor a Dios y al deporte. Amor a lo que nos hace sufrir y por el que somos capaces de las mayores renuncias. El sustrato es el mismo.

Grandeza versus debilidades

Cuando un atleta se propone hacer una maratón tiene dos dificultades a superar: Quitarse los miedos a lo desconocido y confiar ciegamente en el entrenador que le da las pautas para esa tarea tan aparentemente complicada.

El entrenador le ha de animar a tener ideales altos, a soñar. El corredor aspira a ser útil y corresponder a su confianza.

Se da cuenta de las dificultades enseguida: son los pecados que nos animan a desesperar. Y se juntan los ideales altos con las debilidades propias del que no tiene nada en propiedad y todo es de prestado: su vida, sus metas, sus ganas.

La entrega (=pasión) que ponemos, dan lugar a entusiasmo y alegría. Son los indicadores de estar acordes con la voluntad de Dios. A las dificultades propias de la rutina y del aburrimiento que sentimos con el pasar de los días, lo combatimos con el esfuerzo de hacer de la rutina una continua novedad.

Inmanencia versus Trascendencia

Atesoro ejemplos de corredores que crecen al pensar que sus retos sirven para que otros los disfruten. Corredores que gozan cuando ayudan a miembros de su grupo de entrenamiento.

Las marcas, que las hacen por trascender y aportar a la sociedad su esfuerzo y ejemplo. Ridículo me parece el que desde una visión puramente inmanente busca solo su gloria personal.

Las personas ansían la Bondad, la Verdad y la Belleza. Tienen la sensación de que han sido elegidos con un propósito y lo buscan con todas sus fuerzas. Confían en que Dios (muchos aquí hablarían del impersonal destino) les capacite al haber sido elegidos. Podrías marcarte unos objetivos (lo que llamaríamos un ir tirando existencial con concatenación de retos cumplidos) o tener un horizonte estratégico o proyecto vital que insufle toda tu existencia. Yo prefiero lo segundo.

Sentido de la muerte, del dolor y la enfermedad

El corredor experimenta la lesión, la limitación de su cuerpo y esa forma física traicionera que cuesta tanto adquirir y que con tan poco se esfuma. El dolor acompaña muchos de los días de entrenamiento y todas las competiciones. El corredor le atribuye sentido en pos de un resultado que satisfaga sus anhelos. Se aceptan renuncias en la comida, se vive la sobriedad, se adopta un estilo de vida saludable que cuesta por la nefasta influencia del consumismo.

Un cristiano ha oído aquello de la puerta angosta para acceder a mejores lugares (Lucas 13). El corredor está rodeado de tentaciones y se pregunta constantemente: ¿Qué necesidad tengo de…? La buena vida se da de bruces con la vida buena y resulta difícil encontrar el equilibrio. La templanza, el minimalísmo y el menos es más se plantean como soluciones. Se vislumbran al hambre, la sed, la fatiga y el sueño como tesoros de inestimable valor. Incluso se llega al punto de aceptar y amar el dolor. Y los que no lo entienden lo ven como un masoquismo sin sentido. La carencia y el dolor son motivo de escándalo.

Perseverancia

El deporte se nutre de ella. El esfuerzo, la fortaleza y la reciedumbre son los sinónimos que dan sentido a la parábola de los talentos. Cada uno dentro de su capacidad ha de dar su máximo. Al que recibe 10 se le pedirá 10 y al que recibe 5, cinco. (Lucas 19)

El entrenamiento (=constancia) es vigilancia. Nuestras acciones, pensamientos y anhelos no pueden ser neutros. «Vigilad y orad porque no sabéis ni el día ni la hora» se dice en el Evangelio (Lucas 12). Estad atentos ante la competición inminente. Sin amor no hay perseverancia y mucho menos vigilancia.

Unidad de vida

La coherencia ha de imponerse. La rectitud que tenemos en todas nuestras intenciones. Luchar por amor hasta el último instante. Ansiar los primeros puestos y estar en una mejora constante. Ser agradecido, pedir perdón y ayuda porque solos no podemos.

El deporte es la alegría de vivir, de jugar, de divertirse. Tiene la capacidad de estrechar los lazos de amistad, fomentar el diálogo y la apertura de uno hacia el otro, como una expresión de la riqueza del ser, mucho más válida y apreciable que el tener, y por lo tanto muy por encima de las duras leyes de producción y consumo y cualquier otra consideración puramente utilitaria y hedonista de la vida.

Todo muy cristiano. Todo muy deportivo.