¿Qué pensar y sentir tres días antes del maratón?

El pasado 1 de diciembre se celebró la maratón de Valencia. De los 25.000 participantes 17 habían sido entrenados por mí. Estaba inquieto e ilusionado como ellos porque se presentaban a una oposición y yo había sido su preparador.

En la semana previa creé un grupo de whatsapp, de esos en los que solo puede hablar el administrador. Les mandaba información de última hora útil para todos, por ejemplo la meteorología. Y también audios en los que intentaba ponerme en la piel de cada uno de ellos y decir lo que necesitaban oír y sentir.

El primer audio del jueves versó sobre la idea de que un maratón no era un examen. Viajaban a Valencia como quien va a una fiesta con un vestido deslumbrante y con una visita a la peluquería de última hora. Así han de sentirse los que han entrenado durante 3 meses. Aunque no haya otra oportunidad al domingo siguiente debían viajar con ilusión y sin estrés. Era fácil decirlo pero complicado ponerlo en práctica. Tenían que despejar pensamientos como quien despeja balones. El lema era «no pensar».

Les hablaba de expectativas, las de cada uno. Les insistía en que lo realmente objetivo era el esfuerzo con el que se había preparado la cita. Lo subjetivo, bien mirado, eran las marcas aunque pareciera lo contrario.

Partía con ventaja porque atesoraba muchas experiencias previas mientras que para algunos de ellos era su estreno. Les tenía envidia a los debutantes. Qué suerte la de enfrentarse por primera vez a lo desconocido.

Los imaginaba mirando con frecuencia la aplicación del tiempo atmosférico en el móvil y los tranquilizaba diciéndoles que el tiempo iba a ser de 8´5 sobre 10 (así fue, que se hizo récord del mundo de 10k en ruta en 26.38 y 2.03.51 en la maratón).

Les animaba en el segundo audio del viernes a descansar mucho. Sobre todo la noche a la que se enfrentaban ese día, la del viernes al sábado. La del sábado había que darla casi por perdida porque iba a ser un duermevela en que lo único bueno que sacarían sería estar ocho horas tumbados. Intentar no pensar: ese era el mensaje de última hora. Buena ocasión para ver una buena película y meterse en otros pensamientos que no debilitasen la atormentada existencia previa a la cita maratoniana.

La sugestión (estrés) es normal. Eran humanos y reunían los lógicos miedos al fracaso, a lo desconocido, a no estar a la altura, a fallar a su gente…

Les decía que se centrasen en el proceso y no tanto en el resultado. Que se olvidasen de lo que no controlaban y no estaba de su mano. Que hasta el kilómetro 30 sería un juego de niños y no había que preocuparse por nada. Que era a partir de las 2 horas cuando salía a relucir el entrenamiento y la templanza con la que acometiesen los últimos 12 kilómetros.

Dejé para el tercer audio, el del sábado lo concerniente a la afectividad. Que pensasen en sus seres queridos. El día del maratón siempre sería un día de emociones fuertes: ya sea por haber sufrido mucho o por haber -o no- sacado partido al entrenamiento. Ese día y esa actividad utilizada como una manera de demostrarse a si mismos que son capaces de ser héroes por un día.

Cada cual con su particular batalla interior y con sus expectativas. Pensad, es fácil decirlo y complicado aceptarlo, que pase lo que pase siempre se vence. Omnia in bonum, o lo que es lo mismo: todo es para bien.

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