El jueves Toño cabeceaba en el parque al finalizar cada una de las series de 300 metros. Es uno de mis recientes atletas que exteriorizaba su malestar por ser el entreno más exigente de lo que se había imaginado previamente. Lleva poco en esto del entrenamiento sistemático y todo (a días por su fea intensidad y en otros, cuando se caracteriza por su extensión en kilómetros o minutos) le sorprende. Viene del mundo del fútbol. Donde siempre hay un compañero en el que descargar la responsabilidad de su fatiga o donde fácilmente se diluyen las responsabilidades de los resultados entre todos.
Los que llevamos más tiempo en esto del correr nos pasa con mucha frecuencia y no le damos ya demasiada importancia. Siempre hay un momento en el que se te hace bola y tienes dos opciones, tirar palante -descartando la queja verbal y aun con más motivo la mental- o bien abandonar el entrenamiento o la competición. La vida en precario de los corredores es el pan nuestro de cada día. Si corres con compromiso te encontrarás, más tarde o más temprano, con la dichosa precariedad del que falla en los cálculos o precisamente no es tu día. Son cálculos de ritmos, de acompañantes, de planes demasiado optimistas y que, por ser un día demasiado húmedo o porque ese día nos hemos levantado con el pie izquierdo o también porque se nos ha ido la olla, sufrimos en nuestras carnes la dureza de la necesidad. Necesidad de tregua, de agua, de cariño, de parar, de una mirada cómplice que nos anime al abandono o un «deshonroso» aflojar el ritmo.
A mis atletas nunca les recrimino si van despacio. Y conozco al milímetro cual es el despacio de cada uno de ellos. La premisa mayor es que lo dan todo y si no lo dan, será por algo.. Cuando entrenan en grupo, entre unos y otros, nunca se queda la casa sin barrer.
El otro día planteé un Fartleck de 35 minutos. Puse varios requisitos: Debían ir en grupos homogéneos, nadie en solitario. Uno dirigía y el resto copiaba al líder. El líder debía de hacer el mayor número de cambios de ritmo de la manera más aleatoria e imprevisible que fuera posible y por terrenos variados. El caso es que dando toda la libertad del mundo mundial, llegaban -después de los 35 minutos- bien exprimidos.
Tuve hace muchos años un entrenador que me ponía TROTE LIBRE entre las dos sesiones de calidad de la semana. Se suponía que eran las sesiones fáciles para recuperarme de la sesión fuerte del día anterior y que no debía comprometer la paliza del día siguiente. Pero LIBRE era eso, máxima libertad para poner el ritmo que yo quisiera… Al final se convertía en un rodaje salvaje que siempre se me iba de las manos. Es admirable como, cuando gozas de libertad y eres un corredor de raza, adoptas tu versión más comprometida.
El pasado domingo celebré mi tradicional cumpleaños haciendo lo que más me gusta: CORRER.
LIBREMENTE me metí en un jardín -desde hace ocho años que lo hago- del que siempre consigo salir airoso. Es imposible que no cuesten las últimas vueltas en el Parque Grande. Me limito a llegar sano a la cita pero no lo entreno. Son vueltas de 1.485 metros y di 33. Me acompañaron mis hijas Paula y Blanca y multitud de amigos y conocidos. Lo que viene a ser una fiesta improvisada en la Nueva Normalidad que nos toca vivir.
A las 8 de la mañana empezamos con las vueltas del año anterior + 1 Kilómetro.
Conforme pasan las horas, me voy metiendo en el jardín. Siete geles y unos 3 litros de agua para sobrellevar la fatiga han sido suficientes.
Llegamos a ser unos cuantos. El calor iba apretando, pero a mitad de mañana se fue cubriendo y la brisa era hasta fresca.
Pasé la media maratón en 1.46 y la maratón en 3.36. Todo iba según lo planeado.
He visto este año mucha preocupación por el hecho de ir sumando kilómetros a mis años. A mi realmente no me quita el sueño. Quizá sea el enésimo jardín en el que me haya metido en mi vida. Nadie podrá decir que no soy ecológico.
El año que viene será el jardín número 50.
Hola Juan:
En esos jardines como tu dices solo se meten los GRANDES como tu.
GRANDE JUAN.
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