Hace días -en el taller de atletismo que imparto a diario a alumnos de Primaria– les contaba que en el 2020 me saldrán 4.300 kilómetros corriendo. Uno de ellos me vino a decir que al gustarme tanto correr no tenía especial mérito. Así son los niños, que de sinceros te desarbolan.
Les insistí en que a mí -incluso a mí- algunos días me costaba salir a correr. No terminaban de creérselo aunque intentaba ser convincente. Les dije con palabras que entendiesen que no todos los días tienes el cuerpo pa farolillos.
Ayer, a mis otros alumnos de Bachillerato, les hablaba de la importancia de tener rutinas y resortes para triunfar en la vida. Ninguna de las dos cuestiones -les dije- tenía una más preponderancia que la otra. De hecho, una invitaba por narices a cultivar la otra. Esta idea, que en mi opinión tiene un gran calado, la uní a otra más concreta y así aterricé en la asignatura que nos ocupaba: la Economía.
Les dije que los tres agentes económicos (familias, empresas y sector público) elegían y tomaban continuas decisiones, en base a dos paradigmas, a saber: la libertad y el razonamiento económico. Por supuesto que la libertad estaba en la base de cualquier planteamiento (de ahí la relativa imprevisibilidad del devenir económico) pero que el razonamiento económico debía sujetar a toda esa libertad. Nadie en su sano juicio aplaudiría -por ejemplo- que un padre/madre de familia, en el uso de su libertad, se gastase el 100 % de la renta familiar de diciembre en comprar lotería para el día 22 en detrimento del alimento a sus hijos, o tampoco sería admisible un endeudamiento familiar excesivo si se tuviesen serias dificultades para llegar a final de mes. No se entendería esa situación tan libre pero tan irracional.
Y esto les llevó -espero- a pensar que la libertad tenía unos lógicos límites que redundaban en provecho de las personas y del bien común.
En el uso de mi libertad -que cada uno piense en la suya- decido salir a correr a pesar de no apetecerme ni una miaja un determinado día. Es la manera que utilizo desde hace muchos años para seguir enamorado del correr: el de la perseverancia.
Ya lo dijo un autor espiritual aragonés: «¿Que cuál es el secreto de la perseverancia? El amor».
Estoy convencido que también estaría muy de acuerdo si invirtiéramos los términos: ¿Que cuál es el secreto del amor? La perseverancia.

De igual manera que si alguien que ama navegar gracias a sus habituales atardeceres en alta mar, sería inconcebible que detestase el trabajo de izar y arriar velas, soltar amarras y todo lo relacionado con los aparejos. De la misma manera un corredor debería experimentar que un día sin correr es un día sin brillo. Persevera en la carrera a pie, te aseguro que te enamorarás.