¿La felicidad cabe en una caja de cartón?

Los kilómetros son la excusa. ¿Es que, a estas alturas de la película, todavía no te has dado cuenta? Al fin y al cabo, ¿De qué va correr?¿Tan solo de puestos alcanzados en carreras, y de fríos números -llamados marcas-?

El atletismo usa parámetros fijos y objetivos, como son y serán el metro y el segundo (y sus infinitos múltiplos), para así -y aquí viene el chiste- bucear en un mundo personalísimo, onírico y si me apuras lisérgico que está más allá de las dimensiones espacio-temporales que son tan familiares. Lo imaginado es más real que la materia. Lo dice estupendamente Jorge Drexler: «es más mío lo que sueño que lo que toco» en su canción Movimiento.

Después de 40 años de consciente y programada práctica deportiva, el amor que experimento cuando corro ha evolucionado. El poeta Pedro Salinas lo expresó con precisión de cirujano en su trilogía maravillosa: La voz a ti debida, Razón de amor y Largo lamento.

Estos tres libros coinciden con su sentimental periplo personal hacia su amante Katherine Whitmore, carnal primero y más tarde platónica y marcada por la adictiva distancia epistolar en la que afirmaba que era su «seguro azar«, queriéndola hasta la muerte del poeta, en 1951, como solo se pueden querer a los pronombres yo, tú y nosotros.

El viaje de los corredores es idéntico. Los primeros años son de fogueo, de descubrimiento, de conquista de territorios ignotos, de rendimiento ascendente y virginal, de mentalidad arrolladora, de urgencias y empuje desmedido. De mejora geométrica continua. (La voz a ti debida, 1933)

Luego llega una fase más madura y estable, en la que predomina la necesidad de dar sentido y aportar razones  buscando el porqué a tanto kilómetro. Asoman con frecuencia las certezas pero reconociendo que el éxito está en seguir aprendiendo. La progresión se convierte en aritmética, es tan raquítica que, a veces, piensas en el sentido a tanta renuncia. (Razón de amor, 1936)

Con los años y cuando el rendimiento está en progresivo pero claro declive, ha aparecido la inevitable saturación de kilómetros, hechos ya por caminos trillados. Hablar siempre de lo mismo te cansa. Aspiras a una variedad en las lecturas, conversaciones y amistades. Necesitas reinventarte y añoras la lozana facilidad del exceso sin secuelas. (Largo lamento, 1939)

La felicidad no puede depender de algo material (como puede ser una caja de zapatillas) pero seguro que es el primer paso para vivir momentos únicos e irrepetibles. Será que el amor llama a tu puerta.

Un comentario en “¿La felicidad cabe en una caja de cartón?

  1. La comparto, suena un poco mal, porque comprar un par nuevo de zapatillas es un poco… Pero el símil es idóneo. A disfrutar de los kilómetros…

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