Mis vivencias como entrenador

Jorge, un amigo de la infancia, me pidió en 2006 un plan de entrenamiento para enfrentarse a su primera Maratón. No le pude decir que no. Me fue comentando -a través del correo electrónico y del teléfono- sus avances y retrocesos. Fue la primera vez que pude trasladar mis conocimientos y experiencias a otra persona ¡Quién me iba a decir ese año que ahora fuese una de mis ocupaciones más gratificantes!

Este texto quiere reflejar lo que entiendo por ser entrenador y que plasmo a diario. Nunca he dejado de aprender, siempre quise saber el porqué de lo que hacía o leía. Tuve muy buenos entrenadores y gracias a esa variedad experimenté y aprendí mucho.

Mi tarea de entrenador se fundamenta en dos pilares: uno, evitar al máximo las lesiones y dos, que los corredores pasen un rato exigente pero no por eso menos agradable.

Para lo primero aprovecho los entrenamientos presenciales, para así escrutar las caras y analizar el NEP (nivel de esfuerzo percibido). Pregunto al corredor si el entrenamiento se le está haciendo bola. La experiencia me puede servir para anticipar la lesión y qué hacer para revertir la situación y así evitar el desastre. Parar por lesión es el único verdadero mal. La buena técnica de carrera y el armonizar nuestro cuerpo -trabajando la fuerza- garantizan una mejor higiene a la hora de realizar una actividad física libre de lesiones.

Divertirse entrenando es el segundo aspecto. Está íntimamente relacionado con su variedad. Al corredor -lo sé porque también me pasa a mi- le cuesta salir de la tediosa pero cómoda carrera continua lenta. Además de la deseada variedad, cada corredor necesita sentirse valorado y sentir que merece todo el interés del entrenador. A veces no es posible estar a todo pero el esfuerzo en hacerlo siempre tiene buenos frutos. Cada corredor es único en motivaciones, pasado deportivo y condiciones físicas y mentales. 

Hay que tratarles por su nombre, Hay que hacerse -lo antes posible- una certera idea de lo que el corredor es y sobre todo lo que quiere llegar a ser.

Lo que el corredor quiere, es lo primero que sabes porque te lo cuenta: sus sueños, sus objetivos. Ahora bien, ¿qué es? ¿Cuál es su tozudo presente?: su genética, su actitud, su psicología. Y a partir de ahí la búsqueda por y para optimizar esos recursos. El primero que debe creer en el corredor tengo que ser yo y toda mi energía dirigirse en convencerlo de que crea  en sí mismo.  Me entusiasmo con cada uno, tengo la suerte de presenciar evoluciones imparables a poco que el individuo mete tiempo.

Sacar lo mejor de cada uno, acompañarle en su viaje, aclarar todas sus dudas, transmitirle mi entusiasmo, sonreír al ver su fatiga. El entrenador intentará aportar todo lo que pueda: conocimientos y experiencia. Los patrones psicológicos se van repitiendo: me llegan personas obsesivas-compulsivas, maníacos-depresivos y un largo etcétera.

Cuando descubro un temperamento, lo aprovecho para favorecer su mejora física. 

El otro día leí que un entrenador debía de ser un «optimista necesario», «un trozo de realidad», «un hombre creativo». Es él quien debe aplicar con tino las tres variables: variedad, disfrute y realismo.

Les engaño para que se expriman con una sonrisa, les introduzco en el camino del auto conocimiento, tanto de la conciencia corporal para mejorar la técnica como de las sensaciones dolorosas que provoca la mejora atlética. Cuando no hallo la mejora esperable, la solución suele encontrarse en la cabeza del corredor. Hay que perder mucho tiempo en hablar y conocer las circunstancias personales de cada uno. Sacar información de todo y ponerla al servicio de su mejora deportiva. Hay que aprender a comunicar. Hay que saber qué decir y cómo decirlo. La formación es continua y el entusiasmo también. Siempre aprendo algo de mis entrenados. Siempre me sorprenden con maneras, actitudes y destrezas nuevas. El ser humano es apasionante ¡Y ellos son los mejores!

 

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