Todo lo que aprendemos a través de los sentidos se queda fijado en nuestro cerebro de manera más intensa y duradera en el tiempo. Se quedan fácilmente las cuestiones emocionales, ya que la memoria está localizada en el cerebro límbico.
Es por ello que intento inculcar en mis corredores entusiasmo y compromiso -que se traduce en autoconfianza- como la manera más eficaz de mejorar.
La labor de un entrenador consiste básicamente en mandar y a veces, es lógico, se escuchan quejas. Me toca hacer de Pepillo Grillo, decir las cosas que no gustan oír. Pero prevalece, y más en esos casos, el cariño. Es la única manera de llegar a los deseos y necesidades de cada atleta.
El otro día vi la película TROYA. Narra la historia de Héctor, París y Aquiles cuando se enfrentan troyanos y helenos. De la película he sacado varias frases que me han llamado poderosamente la atención.
La primera: «¡Cómo me van a obedecer si no me quieren!» está dicha por el malvado reyezuelo que ve como su pueblo se le subleva y que no sabe qué hacer para que le respeten. Hoy en día está mal vista la obediencia ciega, y en el caso que nos ocupa, la obediencia a un plan de entrenamiento. El eterno dilema de sugerir frente a imponer las cosas.
«No desperdicies tu vida obedeciendo a un tonto», otra frase para enmarcar. Rodearse de personas que nos aporten y que no nos resten. La vulgaridad no es propia de deportistas.
También de esta película es (y no tiene desperdicio) la frase «¿Dejamos la guerra para mañana, cuando estés más descansado?». Qué importante hoy en día es la cultura del esfuerzo, el deber generoso y alegre por ideales elevados.
Ser corredor es una suerte, nos convierte en guionistas estupendos de nuestra propia epopeya vital sobre la tierra.