Deja que te mire a los ojos. Préstame sólo unos segundos.
En ellos veré lo que has sido. Expresan fielmente el pasado que te contempla y te explica. Intenta engañarme si quieres, creerás hacerlo, pero ellos sólo podrán decirme la verdad. Será imposible alejar de mi vista lo que precisamente nunca podrá quedar escondido. En tus ojos también veré tu presente, que es lo único en lo que eres soberano. Esa realidad actual es la que me importa, el tú con ese ahora tan tuyo, con tus porqués y tus requiebros. Veré en ellos -sin duda- también tus anhelos, tus proyectos de futuro con los que a ratos te muestras ilusionado y en otros depositas un irracional miedo que quiero ayudarte a reconducir.
De tanto y tanto mirarte me voy haciendo una idea de lo que va o no va con tus ganas evidentes de ser un buen corredor. Quiero descubrir el centro de operaciones de esos mofletes enrojecidos, esos jadeos, bufidos y gotas cayendo por tus sienes.
Porque unos ojos no mienten, da igual su color. Nunca pierdo el tiempo si es para mirarte. Como decía Antoine de Saint-Exupèry en el Principito: «Es el tiempo que has perdido en tu rosa lo que hace a tu rosa tan importante«.
Brillan tus ojos. Por ese pensamiento que tienes recurrente hacia un objetivo, una ilusión, un proyecto. Cuando el entusiasmo mueve tu vida eres invencible y te dan igual las renuncias que hayas de acometer. A pesar del cansancio, noto el fuego que el cansancio no consigue atenuar.
La cara es el espejo del alma y los ojos su atalaya. Hay ojos que anuncian el futuro como rótulos luminosos en una noche cerrada.
Mírame a los ojos. Mantente firme. Dificultades habrá siempre y tendrás que sortearlas. Pon tu mejor cara o, por el contrario, permítete un alarido de enfado. No estás solo, la tentación es muy fuerte y lo piensas, pero no estás solo.