Es más mío lo que sueño que lo que toco.

He cogido prestada a Jorge Drexler de su canción Movimiento la frase «Es más mío lo que sueño que lo que toco».

Voy en coche, me sorprendo mirando intensamente el contorno de las montañas turolenses que veo en el horizonte. Mientras, la noche se cierne con rapidez, oscura, fría y amenazante. El naranja se posa lánguidamente en esas colinas suaves. En la penumbra del vehículo extraigo a ciegas cubos de agua sucia, y a ratos limpia, que estaba tranquilamente almacenada en el pozo de mi memoria. En algún momento me habían llamado máquina por mi desempeño al correr pero hoy me siento especialmente de carne y hueso, falible y desamparado como si acabara de llorar por primera vez una vez desprendido del seno materno. Pasado difuso de contornos afilados, tiempos lejanos de errores y aciertos y de deseos cumplidos o todavía sin cumplir. Me proyecto en un futuro inmediato e intento aplicar con talento mi ya dilatado pasado.

El silencio me rodea, es entonces cuando más fácil me resulta pensar. Estoy decidido, porque los propósitos así deben ser, a recomenzar una vez más. Querría apartar lo que me frene, me ate o me aparte del camino que creo más apropiado, quién sabe cuál será. Desbrozo mi existencia con unas pocas certezas, lo importante, dicen, es el camino porque en el mundo de aquí no hay metas y por eso yo prefiero estar siempre en movimiento. Inevitables los momentos de desesperanza y haber perdido de vista momentáneamente la realidad, esa ceguera de no ver belleza o ternura en un mundo inhóspito.

Me molesta que esté todo por concretar. Soy el mismo chaval que siendo niño iba sentado en la parte de atrás del coche mirando ensimismado por los cristales al horizonte montañoso, sucesos del pasado o imaginarios futuros fuera de mi control. ¿Me eché a perder por momentos, pero nunca del todo? ¿Conseguí estar a duras penas a salvo de la aniquilación pasajera? ¿Ya encontré la paz por descubrir mi vocación? Corro para huir hacia delante conquistando imperios de autonomía y plenitud. Miro a esas desdibujadas montañas, aunque me empeñe seré incapaz de ver su otra vertiente porque mi poder es limitado y en solitario no valgo nada.

Nos invitan las redes sociales constantemente a alimentar nuestro ego. Me rodeo de personas-máquina, de cracks, de individuos necesitados de reconocimiento y de minutos de gloria, de agradecimientos sin fin y de parabienes que bien pensados son vacuos. Cierro los ojos una vez más porque aquí dentro se está más calentito y seguro. El territorio de lo más personal e íntimo, mi verdadero reino. Si quieres que algo se muera, déjalo quieto. Si quieres vivir, déjate llevar por unos labios carnosos hundiéndose en los tuyos. Invítame a moverme en líneas paralelas, perpendiculares o circulares. En las intersecciones nos encontraremos si tú también te mueves.

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