Este es el título de una canción de Loquillo que tiene la capacidad de hacerme recordar que para ser feliz no necesito muchas cosas y que, aunque el camión sea por definición grande y tangible, nos habla la canción más bien de cosas etéreas como el amor, la justicia social y la actitud ante la vida,…en definitiva, me transmite que estar vivo es cosa que viene si estás haciendo lo que te da la paz. Es en una conciencia tranquila donde se saca la fuerza y, en esto, Loquillo parece un experto.
De ese mismo año (1983) son los primeros Mundiales de Atletismo que se celebraron en Helsinki y que a mis 12 años me marcaron.
Todos los veranos (desde 1990) tenemos en nuestras casas la posibilidad de ver Atletismo televisado. Este año 2017 estamos disfrutando, ahora mismo y hasta el domingo, de los Mundiales en Londres, el año que viene los Europeos en Berlín 2018, en el 2019 los Mundiales en Doha y en el 2020 los Europeos de París y las Olimpiadas de Tokio. Y así anualmente, entre Europeos, Mundiales u Olimpiadas se dan cita uno, o incluso dos, eventos internacionales gracias a que se amplió la frecuencia de Mundiales y Europeos pasando de 4 a 2 años.
Podríamos correr el riesgo de saturarnos de Atletismo pero tengo serias dudas. Salvo que seas un frikie (lo soy) y hagas por ver los meetings internacionales, los campeonatos de España o la temporada invernal de cross, estarás libre de cualquier noticia durante el año que no sea fútbol. Desde pequeño almaceno imágenes y sensaciones de plenitud, de objetivos, de lucha con el denominador común de la felicidad que siempre experimento cuando veo estas expresiones que son culturales y ancestrales…primarias. Manifestaciones bellas y sinceras del desempeño físico humano. Como diría mi amigo Nacho Gómez Ochoa: » El aura de excelencia que desprende el atletismo es insuperable».
Presencié los Europeos de Goteborg de 2006. Lógicamente no como atleta sino acompañando a la familia de una atleta española maratoniana. En el coqueto estadio Ullevi pude ver en aquellos días un auténtico espectáculo. Guardo en mi memoria con especial cariño la victoria de Jesús España en el 5.000 frente a Mo Farah. El hall del hotel de concentración era un continuo desfilar de Adonis y Afroditas, dioses y diosas enfundados en ajustados chándals de todas las nacionalidades. Cuerpos esculturales, sacados del clasicismo grecorromano, con miradas juvenilmente traviesas preñadas de determinación ante las competiciones que se les avecinaban en esos días. Atrincherado en el sofá, veía la vida pasar como si fuera un Slam Dunk Contest (concurso de mates) de la NBA donde las checas pasarían a ser mis favoritas para siempre.
En la cena de gala que se celebró una vez finalizado el campeonato, y que tuve la suerte de asistir porque era necesaria una nada evidente invitación, compartí mesa y mantel con los 3 únicos oros suecos del evento: Susanna Kallur (100 vallas), Carolina Klüft (Heptatlón) y Christian Olsson (Triple salto) en una mesa para ocho. Tacones ellas y corbata ellos (Ríete de los jugadores de fútbol, éstos si que, de verdad, eran estrellas).
Se supone que el verano es el período del año de la siesta, del no sujetarse a un horario rígido, de la apatía, abulia, del transcurso lento y soporífero de los días. Y todos los años aparecen ellas y ellos intentando dar su mejor versión. Su esfuerzo y su belleza se dan la mano en perfecta armonía. Cobra vida la frase: «La pereza seduce pero el trabajo satisface». Y a través de la pantalla del televisor nos llegan sus historias, arrinconan su debilidad de carácter que se intuye inexistente. Me interpelan con su actitud y hace que quiera imitarles. Me pican con el aguijón de su envenenada determinación y salgo a correr movido por su resorte.
Todo los veranos soy feliz con mi camión… mi Europeo, mi Mundial, mi Olimpiada.