Llevo un comienzo de curso algo convulso porque me cuesta aceptar el descontrol y la sensación de vértigo que se me apodera. Cuando aparece y se mantiene en el tiempo, se me derriten mis reducidos esquemas mentales.
En mi día a día -en una habitual sesión de entrenamiento- sucede lo que previamente había planteado. Más o menos todo es previsible. Si esa noche tocan cuestas ya voy visualizando a media tarde lo que pasará y dónde pasará en función de las circunstancias meteorológicas. Hasta el resultado final de cada uno de mis corredores según sean las sinergias de los participantes. No hay mucho margen para que no se dé el guión previsto.
Sin embargo, en este primer año como docente me está sucediendo casi lo contrario. Era imaginable a priori pero la realidad está superando a la ficción. Por muy preparada que lleve una clase no tengo ese mínimo de control -que si tengo en los entrenamientos dirigidos- sobre lo que va a suceder en los inminentes 55 minutos que tengo por delante. Las varias decenas de alumnos acuden al aula con variopintas y atropelladas motivaciones gracias a unas hormonas laboriosas y puestas de espaldas al sentido común.
El otro día les hablaba de soft skills o habilidades blandas. Tienen una gran importancia a la hora de encontrar trabajo el día de mañana.
Lo que seas como persona afectará muy directamente a tu trabajo, tu hobby o a tu vida. Podría hacer una enumeración exhaustiva de todas las habilidades blandas y no acabaríamos nunca. Me limitaré a señalar las que considero más importantes: saber comunicar, elegancia, la cortesía, la empatía, la tolerancia al fracaso, el trabajo en equipo, el ser cálido, amable, saber escuchar, tener auto control, tener una balanceada autoestima, ser sobrio y disfrutar de estar solo.
Supongo que estas habilidades estarán directamente relacionadas con las funciones ejecutivas del cerebro que son, a saber, la memoria operativa, la flexibilidad cognitiva y el control inhibitorio. Y estas funciones se traducen en que estamos continuamente planificando en nuestro día a día, tomamos buena nota de errores del pasado y nos auto-obligamos a transitar por puertas estrechas para obtener un bien superior.
Pero como cada día tenemos que improvisar, hemos de colocar nuestros momentos para correr porque corremos el peligro de que la vorágine nos engulla ansiosa. Si queremos ser personas eficientes conviene improvisar lo justo. Pero tenemos el peligro de estar demasiado encorsetados y perdernos en el ajustado cumplimiento de nuestras obligaciones.
Es difícil encontrar el punto de equilibrio entre ser demasiado escrupuloso o un dejado. Pero el intento por buscarlo ya vale la pena. Uno sabrá si en su carácter predomina más una manera de ser que la otra. Gracias a correr nos vamos conociendo mejor e intuimos nuestros puntos flojos y hacemos por ponerles coto.
Un corredor lo es porque improvisa -sobre la marcha- en la toma de decisiones. Y al tomarlas está mirando continuamente hacia delante, está siempre en movimiento
Observa y analiza todo: lo propio y lo ajeno. Perdona y perdónate, oblígate a ser útil y pídele -con gracia- a los otros que lo sean.
El punto de equilibrio está siempre en disfrutar en cada momento ,o aquello de un caso perfectamente ordenado ,la importancia de disfrutar de esos 55 minutos ya es el objetivo cumplido
Hola Txema,
Veo que lo tuyo es el disfrute.
Me alegra pensar que disfrutas tanto de correr. Sigue así.
Siempre dije que podría no ser el mejor del mundo en correr pero que sería el campeón olímpico en afición y disfrute de este, nuestro deporte.
Un saludo
Juan Romero