El trote cochinero merece una condecoración. Hasta el más consagrado atleta que ha pisado la faz de la tierra lo ha necesitado alguna vez en su preparación deportiva. Es -sin lugar a dudas- una herramienta habitual en los entrenamientos porque nos ayuda a levantar el vuelo después de una lesión o a recuperarnos entre serie y serie en los días exigentes. Merece nuestra más alta distinción y nuestro reconocimiento. Si nuestro entrenamiento fuera como cocinar, el trote cochinero sería la sal, que no se ve pero está ahí.
Ahora bien: siendo en sí mismo dificilmente lesivo, es el origen de muchas lesiones. Esta frase es compatible y coherente con lo que acabo de escribir en el párrafo anterior. No se contradice.
Existen dos tipos de lesiones: las agudas y las crónicas. Las agudas me preocupan menos porque son muy limitantes pero vienen dando la cara. Se les pone remedio y punto. Las que siempre me agobiaron son las que cuando aparecen no somos conscientes realmente de su origen último. Se van gestando día a día, como gota constante en el granito. Date cuenta que correr es un gesto repetitivo y que el suelo está muy duro. Por acumulación de kilómetros o por su intensidad, van a ser las dos maneras de llegar a un callejón sin aparente retorno.
El dolor tiene la finalidad de avisar, al igual que la sed la tiene ante la deshidratación. En ambos casos, cuando aparece, es demasiado tarde para encontrar soluciones y salir rápido de la lesión.
Enlazando con el tema que nos ocupa, y que no es otro que el imprescindible trote cochinero, el problema empieza cuando es el único tipo de entrenamiento que hacemos. No se debe vivir única y exclusivamente de él.
Porque aunque aumenta la capacidad oxidativa de las mitocondrias (y por tanto incrementamos la capacidad aeróbica), no aumentamos la potencia muscular. Sería como querer mejorar la eficacia de un coche, mejorando la carburación o la inyección pero sin aumentar el cubicaje del motor.
La forma en que vivamos el running nos dirá lo saludable que es para nosotros el correr. No me cansaré de reiterar que sería recomendable incluir un trabajo moderado de fuerza de piernas, del core, de compactación del tren superior y evidentemente que analicemos y corrijamos si fuese necesario, nuestra técnica de carrera.
Cuando caemos al suelo en cada pisada, el pie recibe continuos microimpactos con fuerzas que recaen sobre todas las articulaciones, desde el meñique hasta la coronilla pasando por la columna vertebral. La estabilidad de las articulaciones depende de la tensión que ejercen los tendones de los músculos. La armonía de todo nuestro cuerpo es la raíz y el origen de este maravilloso deporte que es correr.
Si queremos correr bonito, si queremos correr rápido, tendremos que atender a la carrocería, a la potencia del motor, al octanaje de la gasolina, al sistema de refrigeración, y si me apuras, hasta el buen estado de las escobillas del limpiaparabrisas. Todo es importante, también el trote cochinero en pequeñas dosis.