Hace unas semanas os daba noticia de la existencia de «La milla perfecta», un libro eminentemente histórico en el que no cabía en exceso la inventiva del autor. Hoy, sin embargo, os hablaré de una novela en el sentido más genuino de la expresión. John L.Parker nos lleva de la mano para respirar lo que es consustancial al atletismo y su destreza es tal que la convierte en una obra de culto. En mi opinión, uno de los tres mejores libros de entre los que tienen como temática el correr.
Publicada en 1978, relata a las mil maravillas lo que es la superación del ser humano en la búsqueda de sus límites. El protagonista Quenton Cassidy, un corredor universitario norteamericano, se enfrenta al reto de bajar de 4 minutos en la milla. De manera insuperable, desde dentro, desmenuza la vida de los corredores que aspiran a ser élite y el incierto sacrificio que supone trabajar cada día para ser el mejor. Ambientada en una ficticia ciudad llamada Kernsville en los albores de los años 70 describe el ambiente universitario y el mundo interior de Cassidy.
Se nota que el autor ha experimentando en sus propias carnes las exigencias del entrenamiento duro, nos plasma magistralmente la esencia de la superación cuando dice: «A pesar de que la larga distancia sentó las bases, los intervalos infundieron crueldad a las carreras. A Cassidy le gustaban. Había otros que preferían meterse astillas de bambú por debajo de las uñas. Cassidy era de la opinión de que una afinidad natural por las series de intervalos era lo que diferenciaba a los que les gustaba competir de aquellos a quienes les gustaba entrenar.»
Una declaración de intenciones sobre la anaerobia de disfrute que, página a página, se va ejemplificando con la naturalidad del que acepta su destino de mediofondista. Fijaros que he unido dos palabras que parecen imposibles de unir pero que aquí son posibles: anaerobia y disfrute.
Todo es posible en este libro, incluso el interval de 60x400m que Cassidy se mete entre pecho y espalda y que nos hace sobrecoger a poco que tengamos empatía y seamos solidarios con su dolor. Así es esta obra, excesiva pero a la vez creíble. Mucha verdad transmitida sin pudor. Imposible no tener ganas de salir a correr, de «hacer un interval» y vivir dentro de la piel de Quenton. La clave no está en lo rápido que podamos correr, sino en lo rápido que seamos capaz de correr estando cansados.
Lo desconocido siempre tendrá atractivo para el hombre. Y no hay nada más atractivo que los límites de nuestra capacidad física, cada cual la suya.
Juan,
«se te nota en la mirada que vives enamorada»…
Creo que congenias con el espíritu del libro. El sufrimiento, mezcla de anaerobia y disfrute.
En el fondo, a quien le gusta correr es un poco masoca y cuando más le gusta, más le gusta sufrir.
No hay mayor placer que apretar el ritmo (también los dientes) en la recta de llegada, tener fuerzas para hacerlo y ver que en la foto de llegada, estás casi hasta guapo…
Un saludo.
Un abrazo Juan Carlos, gracias por el comentario…